Innovación y compromiso: La nueva cuentística puertorriqueña en la Generación del 45.

Por Ángel Luis Velázquez Morales

Introducción

            La Generación del 45 o Promoción del 50, como también se le conoció, marca un hito como un movimiento literario que buscó la renovación en las letras puertorriqueñas. En un intento de ruptura, el grupo de escritores que se levantó durante este periodo desarrolló por medio de diferentes técnicas narrativas una narrativa angustiosa centrada en los problemas puertorriqueños del medio siglo. Así mismo, en la historia de la literatura isleña, su discurso representa el resultado cultural de las secuelas traumáticas que surgieron al finalizar la Segunda Guerra Mundial y de igual forma, la participación de los puertorriqueños en la guerra de Corea. No obstante, René Marqués percibe que su generación es el resultado de “[…] la continuación lógica del movimiento del treinta que le precede” (16). No hay duda, de que la continuidad de esta generación al proceso de producción literaria de carácter reflexivo. El discurso que comparten como grupo desemboca en la visibilización de los problemas del país desde la perspectiva de la marginación y la crudeza del coloniaje. Los escritores de la Generación del 45 o Promoción del 50 rompen lazos discursivos con la tierra y la narración tradicional para develar un nuevo paradigma literario en el ámbito puertorriqueño. Por lo anterior, se pretende en este espacio establecer un cuadro narrativo general de la Generación del 45. De esta forma, se aspira a exponer, con algunas selecciones narrativas, algunas de las preocupaciones sociales, las convergencias históricas utilizadas como material literario y el sujeto marginado como centro del discurso contestario presentado en su cuentística. Desde esta perspectiva, este movimiento literario demostró cómo la literatura, especialmente dentro del coloniaje, se constituye en un espacio de reflexión profunda ante los retos del mal llamado progreso propuesto por la hegemonía local de la mano de la metrópoli estadounidense.

            Para presentar los aspectos generales de este cuadro narrativo de la Generación del 45 se utilizan respectivamente, como muestra, dos cuentos de José Luis González, René Marqués y Pedro Juan Soto. Primeramente, José Luis González se perfila como uno de los iniciadores de esta renovación del cuento puertorriqueño. Con los relatos “En el fondo del caño hay un negrito” y “El pasaje” expone cómo la marginalidad y la gentrificación impulsada por el estado sacrificando al proletariado que se ve imposibilitado de mejorar su situación con consecuencias trágicas. Luego, René Marqués, máxima figura de esta generación por lo prolífico y diverso de su obra, en los cuentos “Otro día nuestro” y “En la popa hay un cuerpo reclinado” devela las preocupaciones sociopolíticas del entorno puertorriqueño sobre la clase trabajadora hasta su percepción funesta y pesimista de la lucha independentista en Puerto Rico. Por último, con los cuentos “La cautiva” y “Los inocentes” de Pedro Juan Soto se analizan las problemáticas consecuentes de la migración masiva de puertorriqueños a la ciudad de Nueva York debido al proceso acelerado de industrialización de la isla.

Panorama histórico general de mediados del siglo XX

La década del cuarenta representó en nuestra memoria histórica puertorriqueña un periodo transcendental especialmente en la forma de hacer política. Mientras que los Estados Unidos y sus aliados se alzaban con la victoria sobre los alemanes, en Puerto Rico se comenzaban a fomentar alianzas políticas que buscaban inicialmente la descolonización. En este contexto, la narrativa política fomentó entre los habitantes isleños un discurso esperanzador. Con la victoria del Partido Popular Democrático y la supervisión del gobernador designado por los Estados Unidos William Daniel Leahy avanza un proceso de militarización de la colonia. Jorge Rodríguez Beruff y José L. Bolívar en Puerto Rico en La Segunda Guerra Mundial: Baluarte Del Caribe, exponen detalladamente cómo este proceso, concretado esencialmente por la construccion de bases militares como Roosevelt Roads en Ceiba, la de Borinquen Field en Aguadilla y la de Isla Grande en San Juan, generaron una gran cantidad de empleos. Como consecuencia, se proyectó un franco progreso económico y modernización de la isla. Desde el discurso político, la atmósfera optimista llevó a crear la ilusión de que el país se encaminaba a una rehabilitación económica saludable luego del embate de la gran depresión de la década del 30 (138). Este desarrollo económico igualmente tuvo consecuencias en la distribución de los sujetos dentro de las diferentes clases sociales. Por lo que, el país necesitó la creación de espacios urbanos que respondieran a las exigencias y el establecimiento de la nueva clase media que incursionaba en la sociedad puertorriqueña.

Por otro lado, en términos políticos, mientras el país se sumergía cada vez más en la dependencia económica a la metrópoli a través de la militarización del territorio, el Partido Popular Democrático se consolidaba como la resistencia a la hegemonía estadounidense. La lucha contra el proyecto Tydings que buscaba otorgarle la independencia a la isla bajo cláusulas de explotación poscolonial [1] y el encarcelamiento de Pedro Albizu Campos en los Estados Unidos, fueron el detonante principal que provocó la pugna irreconciliable entre los miembros del Partido Liberal. La inconformidad interna sobre los métodos de hacer política llevó a Luis Muñoz Marín a separarse del Partido Liberal y a fundar su propio partido que inicialmente abogaba por la independencia de Puerto Rico. Con su fundación en el 1938, Muñoz proyectaba al partido neonato como el espacio ideológico convergente que impulsaría la independencia para Puerto Rico. Aunque rápidamente abandonó este ideal de independencia para la isla, el fundador inició una movilización política en la que recorrió los campos de Puerto Rico, prometiendo justicia social y mayor cantidad de empleos, en lo que se denominó una campaña populista. De esta forma, con una economía dependiente creciente, y el descontento del pueblo con los grupos separatistas de ideología nacionalista, Muñoz Marín abandona el tema del estatus y se sumerge en un discurso de promoción de justicia social para los puertorriqueños. En 1940, Muñoz se consolida como el líder absoluto del ámbito político partidista insular y se convierte en presidente del Senado de Puerto Rico.


[1] Esta propuesta de independencia contenía condiciones económicas adversas que obligarían a los puertorriqueños a aceptar su estatus colonial de manera voluntaria.

La figura de Luis Muñoz Marín en fundamental para comprender la narrativa de la Generación del 45. Para este grupo de escritores el discurso muñocista de corte autonómico representó una amenaza al sujeto marginado que no encontraba forma de ascenso social de manera sostenida. Es decir, su literatura incisiva destruye el discurso optimista del estado que acompañado por políticas que fomentaban la subordinación económica implicaron el aumento de la marginación y el exilio en la sociedad puertorriqueña que no lograba adaptarse al cambio industrial. Esta nueva filosofía económica por parte del estado dará pie a la formación del proyecto Manos a la Obra, mediante el que se subsidió la mano de obra para estas corporaciones estadounidenses. Muñoz y la compañía de Fomento Industrial, bajo el Departamento de Desarrollo Económico, se encargó de atraer capital a la isla con el fin de impulsar una economía industrializada alejada de la agricultura y de crear productos para el consumo local o con miras a la exportación.

Para finales de la década del 40, la narrativa de Puerto Rico como un lugar prominente y favorable para las inversiones extranjeras, en particular la estadounidense, mediante la Operación Manos a la Obra era masiva. La economía insular oficialmente dejaba atrás su enfoque del monocultivo de la caña de azúcar e impuso una economía industrializada para la que los puertorriqueños no se encontraban listos. La pobre educación, y la migración interna, incrementaron las condiciones de desigualdad en el país. Este proceso continuó durante la década del 50. Con la constitución del Estado Libre Asociado en 1952, se proyectó a través del gobierno colonial la imagen decadente de paz social, estabilidad política y progreso, con el fin de hacer atractiva a la isla para la inversión de capital extranjero. En principio, el programa de industrialización estuvo dirigido por el gobierno de Puerto Rico. Este discurso puso las industrias locales de manufactura en manos extranjeras. La competencia desleal inyectada con grandes incentivos contributivos fomentó la fuga de capital, por lo que no se fortalecía la economía local, sino que daba continuidad al modelo agrario de capital asentista. Este factor dio paso a una transición de modelo de capitalismo de estado a uno enteramente privado. Las consecuencias de esto fueron nefastas para la isla y rápidamente decayó del producto interno, lo profundizó el problema de la dependencia corporativa.

La narrativa del estado impulsada por Luis Muñoz Marín y su equipo político fue sagaz y efectiva, como se ve reflejado en los resultados electorales posteriores. La industrialización acelerada, junto con el fracaso de la Reforma Agraria fueron utilizados como un medio de propaganda política para crear un imaginario de supuesta modernidad.  Así mismo, Puerto Rico ve el nacimiento de una clase media sostenida principalmente por el consumo desmedido y el espejismo de progreso económico fundado en las líneas de crédito proporcionadas por la banca local. Las consecuencias de estos procesos fueron casi inmediatas. Con la inadaptación de muchos sujetos a las nuevas condiciones laborales muchos optaron por el exilio. Miles de familias puertorriqueñas emigraron de forma constante a diferentes puntos de los Estados Unidos, principalmente a la ciudad de Nueva York en la búsqueda de nuevas posibilidades económicas. El estado, lejos de tener la intención de retener a los que optaban por experimentar fuera de la isla, vio en la emigración una oportunidad de solucionar el crecimiento demográfico acelerado de los puertorriqueños  (Scarano 754). El panorama político local durante la década de 1940 se tornó convulso según avanzó el decenio e instauró un nuevo esquema socioeconómico para los puertorriqueños sin contemplar las consecuencias sobre los sujetos marginados.

Con este contexto, la crisis política a mediados del siglo XX acrecentó y se tornó violenta. El detonante sería la incertidumbre generada por la celebración de la Asamblea Constituyente que determinaría el camino a seguir en la isla a largo plazo. La desaprobación común de la constituyente por parte de Albizu, líder del Partido Nacionalista, y Gilberto Concepción de Gracia, líder del Partido Independentista Puertorriqueño, se manifestó en una tenaz oposición, ya que la consideraban un fraude colonial (729). Esto representaba para Muñoz un obstáculo en su objetivo de ganar adeptos a la Asamblea. La fecha del 27 de octubre de 1950 marcó el inicio de un estado de represión abierta por parte del gobierno insular. Ese día fue detenido y allanado un automóvil con armas perteneciente a personas vinculadas al grupo nacionalista. Esto marcó el inicio abierto de la persecución en contra todos los puertorriqueños que se identificaran ideológicamente con nacionalismo y su líder Pedro Albizu Campos.  A partir del 1948 Ley de la Mordaza facultó al gobierno para encarcelar a cualquier persona bajo la sospecha de conspirar en contra de la seguridad pública (Scarano 730).

La presión ejercida por los Estados Unidos a través del gobierno local desembocó en la Revuelta Nacionalista el 28 de octubre de 1950. Dentro de los ataques nacionalistas más notables, se destaca el realizado al cuartel de la policía en Jayuya, donde falleció el líder Carlos Irizarry. Ante la insurrección, el gobernador activó la Guardia Nacional, la cual desplegó toda su fuerza y bombardeó la zona. Días más tarde, la Fortaleza recibió un ataque nacionalista en el que murieron cinco de los atacantes; nuevamente la fuerza de la Guardia Nacional se dejaba sentir, pero estos no se limitaban al suelo puertorriqueño. En la Casa Blair, en plena capital estadounidense, hubo un ataque nacionalista encabezado por Oscar Collazo. Aunque Collazo fue herido y arrestado, logró llamar la atención mundial sobre el problema colonial de la Isla. Como consecuencia de los ataques realizados en la Isla y Estados Unidos, se arrestaron a los líderes nacionalistas, entre los cuales se encontraba Pedro Albizu Campos. Estos fueron condenados a prisión en clara violación de sus derechos civiles, ya que no se les vinculó con actividad delictiva alguna. Ante el giro ideológico del Partido Popular con su líder Luis Muñoz Marín y el apoyo de la metrópoli se apaciguó momentáneamente la amenaza política que atentó contra el establecimiento de la constitución del Estado Libre Asociado. De esta forma, también se disuadía a los puertorriqueños a militar y fortalecer el movimiento independentista en la isla (Scarano 732).

Para la Generación del 45, o Promoción del 50, el cambio de paradigma económico y el abandono político para la resolución del estatus colonial representaron el endeudamiento del sujeto trabajador, el desplazamiento de miles de puertorriqueños y la demonización de la lucha por la independencia. Por esta razón, cuando Muñoz presenta al pueblo puertorriqueño el plan del congreso estadounidense que ratificó el estatus colonial: el Estado Libre Asociado, la oposición fue férrea e irreconciliable. El giro ideológico de Muñoz y como consecuencia del Partido Popular Democrático, que sirvió de plataforma para difundir una narrativa artificiosa de la nueva relación colonial propuesta por los Estados Unidos.  Para la Generación del 45 la narrativa se vuelve neurálgica para develar la situación del sujeto marginado invisibilizado por el discurso oficial y presentar el destino nefasto de la implementación de modelos insostenibles en el contexto colonial

La Generación del 45: Una respuesta de afirmación frente al poder colonial

Con el propósito de establecer de forma clara el cuadro narrativo de la Generación del 45 es necesario destacar los aspectos que representaron la diatriba entre el discurso hegemónico y el contestatario. Estas distinciones permitirán al lector aproximarse de forma sistemática a la selección de cuentos objeto de análisis. Para este propósito, se debe observar con cuidado el prólogo escrito por René Marqués en Cuentos puertorriqueños de hoy. En su escrito, el autor destaca como lo convulso del momento histórico influyó en la temática trabajada en esta literatura. De esta forma, la memoria histórica, el habitante urbano y la mujer se convertirán en algunos de los ejes temáticos fundamentales del quehacer literario de este grupo. Con estos aspectos presentes, la literatura de mediados del siglo XX se puede observar el escenario del ambiente urbano degradado a los márgenes: el arrabal. Espacio que sirvió de primera migración del sujeto trabajador que vino del campo preso del discurso de progreso que impuso el estado. Este nuevo escenario fundirá la tragedia y el pesimismo colectivo para visibilizarlo como elemento característico de la sociedad puertorriqueña de la posguerra y de esta forma profundizar sobre las tramas angustiosas de la cuentística presentada.

La magnitud de los cambios ideológicos expuestos en el discurso político isleño, además de la transformación económica de lo agrario a la industria manufacturera, crearon un ambiente de desesperanza y desasosiego entre los puertorriqueños. Estos aspectos se reflejaron en toda la producción literaria a partir de la década del cuarenta. Para Josefina Rivera de Álvarez en Literatura Puertorriqueña: Su proceso en el tiempo el cuento puertorriqueño se renueva bajo la nomenclatura de “Literatura de Postguerra: Angustia Existencial y Pesimismo”. En este sentido, la renovación del cuento puertorriqueño, a partir del grupo de escritores que componen a la Generación del 45 o Promoción del 50, se reflejó en las temáticas de sus historias, sus estilos y técnicas literarias. Sin embargo, dentro de toda la innovación que implicó la literatura de mediados del siglo XX no se abandonó la reafirmación por la identidad puertorriqueña. Los escritores que se agruparon en este movimiento encontraron una causa común ante la amenaza de una economía dependiente de los Estados Unidos y la alineación del estado para asimilarse a la metrópoli estadounidense.

La publicación de Cuentos puertorriqueños de hoy reafirma el carácter particular de la literatura emergente y también refleja el interés de René Marqués en darle singularidad a la promoción de escritores, sin perder de vista la continuidad ideológica con la generación anterior:  “[…] por lograr una ubicación auténticamente puertorriqueña frente a dos fenómenos de consecuencias graves: la tradicional dependencia literaria del escritor insular en relación a España, y la alarmante penetración política, económica y cultural de Norteamérica en la Isla”  (14). Con esta afirmación, Marqués da a conocer cuáles son las particularidades literarias que se presentan en los cuentos de lo que llamó la Promoción del cuarenta. A tales efectos, el prólogo de esta colección de cuentos sirve a manera de manifiesto literario: “[…] la nueva promoción sigue fielmente la trayectoria señalada por los escritores insulares del treinta llevando esta hasta sus últimas consecuencias” (17) . Esta visión puertorriqueñista juntamente con el sentimiento de desencanto ante el trato de la metrópoli a la isla y la evidente decadencia de la sociedad puertorriqueña motivan el abandono del realismo social, el costumbrismo y el discurso romántico que evocaba la generación anterior y adentrarse en el nuevo espacio urbano que se forjó en la isla. La cuentística de ese momento sirvió de contra discurso a la propaganda optimista del gobierno colonial y su distorsión de la realidad nacional. En ese sentido, la revista Asomante, fundada y dirigida por Nilita Vientós Gastón fue la plataforma de difusión eficaz de los escritores que conformaron esta promoción: “Cumple así Asomante — ya enfilada la revista desde sus inicios hacia el sitial de prestigiosa tribuna literaria que habría de cimentar con el paso del tiempola función de servir como palestra en que se probarían los nuevos talentos de la literatura […]” (Rivera de Álvarez 486).

Entre los historiadores de la literatura de Puerto Rico hay un claro consenso sobre los escritores más destacados en la Generación del 45. Josefina Rivera de Álvarez y Francisco Manrique Cabrera y René Marqués coinciden en que: Abelardo Díaz Alfaro, José Luis González, René Marqués, Pedro Juan Soto, Edwin Figueroa, José Luis Vivas, Emilio Díaz Valcárcel y Salvador de Jesús como los escritores más destacados de su promoción. No obstante, Josefina Rivera y René Marqués[2] destacan el papel de las mujeres: Violeta López Suria, Ana Luisa Durán, Ester Feliciano Mendoza, Marigloria Palma y Edelmira González Maldonado. Este grupo de féminas se diversifica en cuanto a las formas de sus expresiones literarias que además de legar importantes obras poéticas, incursionaron en la narrativa desde la perspectiva psicológica y surrealista (509 – 512). Cada uno de estos escritores representaron, desde su perspectiva, las realidades de los puertorriqueños marginados ante el abandono institucional.

Los autores abandonan la imagen idílica del paisaje puertorriqueño ante la realidad migratoria del campo a la ciudad. De esta forma, ya la montaña y el amor a la tierra no serán “el decorado de fondo de esta literatura”, sino que las calles, los bares, prostíbulos, torres de acero y apartamentos serán el nuevo paisaje (21).  También, este cuadro narrativo desde los márgenes centrará al sujeto y sus angustias. El tratamiento del tema sexual es una de las innovaciones más notables de los autores de esta generación: “habiendo desaparecido el tabú que forzó siempre el uso del eufemismo o circunloquio al abordar el tema, los autores jóvenes pueden ya utilizar el sexo como símbolo poético o como recurso dramático para ilustrar problemas y conflictos del hombre actual” (23).

De forma general, el prólogo de la colección de cuentos señala la variedad de técnicas y estilos de esta generación entre las que se destaca la capacidad de síntesis dentro de la cuentística. En los relatos de este grupo de escritores la economía discursiva le otorga mayor subjetividad a la historia. De esta manera, la atmósfera y las descripciones breves son elementos muy importantes al momento de la significación donde el lector asume un rol activo. Por otro lado, el fluir de conciencia, junto con una ruptura gramatical, desemboca en “un desbordamiento expresivo que —para lograrse— ha de transgredir en ocasiones las estrictas leyes gramaticales” (25). De esta forma, se abre el campo técnico en cuanto a la utilización del fluir de conciencia o monólogo interior con sus variantes lo que le brinda a la historia una mayor fuerza discursiva en cuanto a las ideas que se desean visibilizar.

René Marqués acierta cuando proclama que la promoción del cuarenta es la que lleva en la práctica la definición del cuento más allá de sus fronteras tradicionales. El dinamismo de los relatos seleccionados en esta colección desemboca hacia la hibridez de los cronotopos con el propósito de evolucionar el cuento a una expresión contestataria dentro de las letras puertorriqueñas. En definitiva, la literatura de la Generación del 45 o Promoción del 50 responde a los hechos horrorosos de la Segunda Guerra Mundial y a las complejidades coloniales que fueron el resultado directo de lo convulso del momento. Los escritores asumirán el discurso literario desde la crisis social como una herencia de la problemática directa del colonialismo. De ahí se desprenderá la férrea defensa de la reafirmación nacional ante el proceso de americanización solapado que vio la metrópoli a Puerto Rico como bastión militar. El resultado fue el necesario sumergimiento de las historias relatadas a través de tramas angustiantes que se desarrollaron en el nuevo escenario local.

José Luis González: En los inicios de la Generación del 45

            José Luis González entra a la palestra literaria consagrándose en la historia de la literatura puertorriqueña como uno de los iniciadores de la renovación cuentística del cuarenta y cinco. Como lo expresa Josefina Rivera de Álvarez, el escritor se “[…] dará a conocer hacia los años de su época de universitario en Río Piedras, a los diecisiete años […]” (490). Hijo de padre puertorriqueño y madre dominicana, crece entre el amor de dos de las Antillas de habla hispana que gozan el honor de su profundo legado literario. Desde el 1943 militó en las filas ideológicas marxistas y como resultado ideológico luchó activamente en la búsqueda de la soberanía política de Puerto Rico (Cuentos puertorriqueños de hoy 83).

En su gestión literaria, José Luis González consciente de su responsabilidad social como escritor elabora una literatura comprometida con el sujeto social sin privarla de innovación. Con esta idea, descarta la aspiración personal de ser un eje de cambio en la tendencia literaria de su época: “[…] esa renovación no fue sino la consecuencia natural e inevitable de todo un proceso cultural” (84) visibiliza a los que no tienen voz para contrarrestar el discurso hegemónico. De esta manera, como sujeto perspicaz de la realidad que enfrenta su país, ve las consecuencias sociales nefastas frente a los cambios económicos e ideológicos impulsados por el estado. González, despliega de forma concisa el relato focalizando de manera clara el impacto de los cambios vertiginosos a los que se enfrenta el sujeto marginado en la colonia. Así mismo, desde el exilio visualizó las limitaciones del coloniaje y el trato desigual del puertorriqueño por parte de la metrópoli. Con un tono angustioso, pesimista y un cierto determinismo, sus relatos se transformaron en una inexorable marcha hacia la tragedia para sus personajes. Desde esta perspectiva, materializó una prolífera, sobria y verosímil narrativa relatando el salvajismo capitalista en diferentes escenarios. Como aspecto innovador dentro de su cuentística, incluyó con un rol protagónico al habitante urbano ubicándolo en los márgenes físicos que impone el espacio narrativo recreado en cada escenario.

            La primera colección de cuentos de José Luis González fue En la sombra en 1943, durante sus primeros años de universidad. Con esta colección de cuentos se dio a conocer rápidamente en el mundo de las letras puertorriqueñas desde temprana edad. Sin embargo, sus dos colecciones de cuentos posteriores: El hombre en la calle y En este lado causaron un mayor impacto y acogida ante la crítica literaria especialmente por el manejo ágil del tema de los marginados. Para René Marqués, como compilador de Cuentos puertorriqueños de hoy, la colección En este lado: “Es un libro de afirmación y depuración de normas adquiridas […]” (81) en las que se manifiesta la mayor madurez de José Luis González como escritor.  De esta colección publicada en el 1954 se realizará una aproximación a dos de sus cuentos: “En el fondo del caño hay un negrito” y “El pasaje”.

             “En el fondo del caño hay un negrito” es probablemente el cuento de mayor difusión de En este lado: “traducido al inglés, [luego] aparece en 1958 en la prestigiosa revista norteamericana New World Writings” (Marqués, Cuentos puertorriqueños de hoy 81). Igualmente, Josefina Rivera de Álvarez lo cataloga como “[…] la manifestación de notas del más puro y lírico calibre humano […]” (491) por la sensibilidad que aflora su lectura. Estas afirmaciones juntamente con la larga difusión e implicaciones del permiten ver de forma sugerente las consecuencias del modelo económico que impuso el estado. El argumento del relato gira entorno a la urbanización acelerada de los espacios periféricos a los centros urbanos en la isla que provocó el desplazamiento de cientos de sujetos predominantemente negros. Muchos de ellos, que dependían del trabajo informal para subsistir, residían en espacios donde no poseían títulos de propiedad, por lo que quedaban a la merced del ‘progreso’ y sin la posibilidad de integrarse al plano social con poder adquisitivo para una vivienda digna. De esta manera, el relato contribuye a una narrativa contestataria que desafía la llamada modernización impuesta por el estado, y se orienta hacia la ruptura de los imaginarios impuestos por el coloniaje estadounidense.

El cuento está dividido en tres partes que giran alrededor del único personaje que posee nombre propio: Melodía. En la primera parte, el niño gatea y se visualiza en las aguas calmadas del caño al que la familia se mudó recientemente. Al padre percatarse de la peligrosidad de la situación reprende al niño que aún no tiene la capacidad de hablar se retira del borde y regresa al interior de la casa. Ya en las primeras líneas del relato, se revelan las condiciones precarias en las que encuentra la familia que duerme entre sacos vacíos extendidos por el suelo (89).  La falta de alimentos para la familia y trabajo agudizan la situación tensa que ya vive el hogar: “El hombre, todavía sentado sobre los sacos vacíos, derrotó su mirada y la fijo por un rato en los agujeros de su camiseta” (91). El narrador focaliza la acción de forma puntual en la carencia absoluta de la familia. La mirada derrotada del hombre refleja resignación ante la situación apremiante.

En la segunda interacción del niño con su reflejo en el agua estancada, este sonríe. La narración prosigue, y la voz de los personajes revela las causas de esta escena tétrica derivada de la llegada de la familia al arrabal, lo cual se manifiesta a través del diálogo de dos mujeres que la voz narrativa identifica como «afortunadas». Finalmente, el cuento culmina en un desenlace fatal, cuando Melodía se arroja al fondo del caño en busca de su reflejo, marcando el trágico cierre de la narración.

La acción se desarrolla principalmente en el espacio del caño, el cual se había transformado en un arrabal que servía como refugio para los desplazados: “—A mí me dijeron que por ái por Isla Verde están orbanisando y que han sacao un monton de negroh arrimao. A lo mejor son d’esoh—” (93). En términos generales, la temática del relato aborda la realidad trágica que padecían estas comunidades empobrecidas y marginadas en el contexto de una modernización acelerada del país. En este sentido, el cuento simboliza las consecuencias de la carencia de recursos económicos, el hambre y la miseria en la que muchas familias puertorriqueñas estaban sumidas: “[…] se quedó (Melodía) silencioso en un rincón, chupándose un dedito porque tenía hambre” (89).

En relación con el paisaje, el relato ofrece una descripción general del espacio donde se desarrolla la trama. De esta forma, con la capacidad de síntesis que caracterizó la cuentística del cuarenta y cinco, el lector reconstruye los elementos esenciales del espacio en la narración. La representación del espacio acentúa los contrastes sociales. La familia en condiciones de pobreza extrema ocupa el escalafón más bajo dentro de la jerarquía social. En el relato, esta relación social no solo es inferida, sino que se visualiza desde el hombre: “Luego miro hacia arriba, hacia el puente y la carretera” (91). De este modo, el texto posiciona al hombre negro, desempleado y marginado, dentro del espacio del caño, ámbito asociado al desecho y la putrefacción, en un nivel físico inferior.

José Luis González construye un relato donde denuncia a una sociedad enajenada de la problemática de desigualdad socioeconómica provocada por la falta de oportunidades y la pésima distribución de la riqueza. De igual forma, denuncia el crecimiento de los arrabales debido a los procesos de desplazamiento y desalojo de los terrenos ocupados en la zona de Isla Verde, espacio urbano que surge como una consecuencia directa de las políticas públicas del estado. La problemática social se acentúa a través de la exposición narrativa de su actitud: “El hombre sonrió viendo cómo desde casi todos los vehículos alguien miraba con extrañeza hacia la casucha enclavada en medio de aquel brazo de mar […]” (91). La subjetividad plasmada en estas escenas alude de manera directa a los desafíos que enfrentaban los sectores marginados. El ritmo de vida acelerado, el estruendo vehicular, y el ingreso al espacio urbano, paradójicamente, actúa como un disuasivo a la situación inmediata del hombre: “Se sintió mejor cuando el ruido de los automóviles ahogo el llanto del negrito en la casucha” (92).

González aborda este relato desde una perspectiva que culmina irremediablemente en tragedia o al menos el final abierto así lo sugiere. La escena protagonizada por las dos mujeres ‘afortunadas’ pone de manifiesto el progresivo empobrecimiento de la sociedad puertorriqueña: “—Hay que velo. Si me lo ‘bieran contao, ‘biera dicho qu’era embuste. —La necesidá, doña, a mí misma, quien me ‘biera dicho que yo diba llegar aquí. Yo que tenía hasta mi tierrita…” (93). Estas mujeres, descritas por el narrador como ‘afortunadas’, se encuentran apenas a unos pasos del margen del caño, donde subsiste en condiciones precarias la familia negra que protagoniza el relato.

Dentro del discurso ideológico materialista del relato, se develan en la marginalidad jerarquías que responden a la degradación interna de la sociedad puertorriqueña que se reflejan en los espacios que ocupan dentro del arrabal. A pesar de ello, el narrador heterodiegético introduce un atisbo de optimismo al resaltar la solidaridad entre los vecinos. Sin embargo, este breve momento positivo se contrasta con una ironía trágica: el hombre consigue empleo por un solo día, lo cual se presenta únicamente como el preámbulo al desenlace fatal del relato. Este cambio en el tono narrativo refleja el carácter pesimista que caracteriza al texto, alineado con las tendencias literarias de la promoción del 45.

El cuento “El pasaje”, al igual que el cuento anterior, pertenece a la colección de cuentos En este lado. A diferencia de “En el fondo del caño hay un negrito”, este relato tiene como escenario la ciudad de Nueva York. Este cambio de escenario revela el orden en que el autor ve la realidad social de los puertorriqueños. Mientras que el relato anterior se desarrolla en un arrabal de la zona urbana de San Juan; en “El pasaje” se vislumbra “la limitación de las oportunidades de vida del puertorriqueño humilde que emigra a Nueva York” (Rivera de Álvarez 491). En este sentido, José Luis González logra desde el exilio cultivar una literatura puertorriqueña en sintonía con realidad social de la isla. La mirada desde afuera le brinda al relato carácter trasnacional, especialmente desde la perspectiva de los sujetos emigrantes que, ante las condiciones económicas de mediados del siglo XX, abandonaron la isla en busca de nuevas oportunidades de crecimiento económico en la ciudad de Nueva York.

“El pasaje” gira entorno a las consecuencias morales y sociales que están atadas al fracaso del proceso de industrialización de Puerto Rico. Junto con la ayuda de la élite política local, las industrias estadounidenses relocalizaron a cientos de familias puertorriqueñas para satisfacer la demanda de mano de obra barata que necesitaban en sus industrias agrícolas. En sus inicios, los programas locales como Manos a la Obra comenzaron a evolucionar y se convirtieron en centros de reclutamiento de empleo. La colonia evolucionaba a pasos agigantados, por lo que, tanto los líderes políticos locales bajo el tutelaje estadounidense establecieron una política migratoria implícita en los programas de industrialización que limitaban cada vez más las oportunidades de empleo en el sector agrícola local. De esta forma, se satisfacía la demanda de mano de obra cuasi esclavista requerida por las industrias estadounidenses produciendo una migración cada vez mayor hasta alcanzar un patrón masivo para el año 1948 de “157,338 de puertorriqueños” (Dietz 246). Frente una creciente demanda de empleo las ofertas comenzaban a escasear y se hacía cada vez más difícil insertase en la fuerza laboral neoyorquina. Como se desprende de la narración, el personaje Jesús Rodríguez se encuentra con Juan en la salida del tren: “Juan —que tenía empleo — invitó a Jesús —que no tenía— a tomarse una cerveza”. La bodega, el bar, el subway, la fábrica y las calles de la ciudad crean un ambiente urbano en que se desarrollará la trama. La narración demuestra el arduo trabajo y las largas horas a las que estaban sometidos los puertorriqueños, como es caso de Juan, requeridas por el trabajo que realizaban en la fábrica: “Tú sabeh lo que es’tar parao el día entero apretándole los tuboh a tóh los radioh que te mandan por el condenao conveyor line” (95).

José Luis González emplea un tono pesimista que, de manera sugestiva, manifiesta la herencia dejada por el capitalismo voraz en la metrópoli estadounidense. Por medio de su narrativa, el el relato presenta las dinámicas económicas y sociales que perpetúan la marginación. Igualmente, expone cómo estas transformaciones afectan tanto al paisaje físico como a la subjetividad de los sujetos marginados. Este enfoque permite visibilizar las consecuencias de un sistema que despoja a las comunidades más vulnerables, al mismo tiempo que subraya las tensiones entre modernización y exclusión. Juan le explica a Jesús: “Yo te digo una cosa: este país es la muerte” (96). La narración presenta una perspectiva determinista sobre cómo el puertorriqueño en la ciudad de Nueva York está destinado a la fatalidad. En este sentido, el personaje de Jesús representa la tragedia que rodea al puertorriqueño en la urbe neoyorquina y la ruptura del su sueño americano. El bodeguero lleva el mensaje fatal a Juan sobre la muerte de su amigo Jesús a manos de unos policías que frustraron un asalto que se disponía a realizar. El discurso del narrador devela la apatía hacia el migrante puertorriqueño: “Un hombre aparecía tendido en el piso de una delicatessen, a los pies de dos policías que miraban sonrientes al fotógrafo” (100). Así mismo, la frustración de Juan ante la desgracia de su amigo refleja la impotencia de las comunidades para crear redes de apoyo entre sus compatriotas: “Sí él es — dijo Juan, demudado; y luego añadió, entre dientes, por lo que el bodeguero apenas le oyó —: El pasaje […] — Sí, el cabrón pasaje— repitió Juan y tiró el periódico en el mostrador y salió a la calle” (100).  Jesús pretendía regresar a Puerto Rico; sin embargo, ante la falta de empleo, y no poder recibir ayuda de Juan, no logra conseguir el dinero para su boleto de vuelta. Su desesperación por regresar a la isla lo lleva a delinquir.

            En la cuentística de José Luis González se observan la intercalación de diálogos con el fin de crear una atmósfera realista al reproducir el lenguaje coloquial de los personajes y la narración en tercera persona que ordena el discurso crítico. El narrador heterodiegético devela al lector la crisis existencial de los personajes y la atmósfera pesimista que abraza todo el relato. El panorama que oscila desde la pobreza extrema hasta la desesperación contrasta con el optimismo del estado creando un espacio de desencuentros irreconciliables entre la política pública y la realidad de los sujetos. José Luis González como iniciador de la nueva cuentística puertorriqueña rompe con el discurso romántico nacional para insertarse en la nueva realidad puertorriqueña.  


[2] Aunque René Marqués no incluye a ninguna escritora dentro de la colección de Cuentos puertorriqueños de hoy hace mención de ellas dentro del prólogo bajo “Otros cultivadores del género”.

René Marqués: máximo exponente de la Generación del 45

René Marqués fue una de los intelectuales más vocales dentro de las letras puertorriqueñas frente a las políticas implementadas por el estado durante la década del cuarenta. De cara a una sociedad puertorriqueña asediada por la desigualdad social y la hegemonía estadounidense, se alza como portavoz de la llamada Generación del 45 con la publicación de Cuentos puertorriqueños de hoy en 1959. Aunque sus obras más destacadas se escribieron dentro del drama, su cuentística logra desarrollar un profundo nivel de subjetividad como se observa en el manejo de temas como el nacionalismo puertorriqueño y la industrialización y sus consecuencias morales, psicológicas y sociales (20). La obra de Marqués representó una de las mayores rupturas generaciones de la literatura puertorriqueña al plantear el tema de la soberanía nacional e individual desde una atmósfera angustiosa y trágica.

            Cuentos puertorriqueños de hoy se levanta como estandarte de la nueva generación narrativa que busca no solo la renovación de la cuentística puertorriqueña, sino además crear consciencia en el individuo colonial develando la problemática social y económica que lo rodea. En este sentido, pretendemos aproximarnos a los dos cuentos de René Marqués contenidos en esta antología: “Otro día nuestro” y “En la popa hay un cuerpo reclinado”. Desde esta perspectiva, el prologuista de esta colección no solo hace una excelente selección narrativa, sino puntual y representativa de la época. Al igual que sus compañeros de la promoción, se desdobla su subjetividad con el fin de exponer de forma magistral su perspectiva del “nuevo” Puerto Rico que se desarrolló desigualmente de forma acelerada: “Mi capacidad de reír es casi tanta como mi capacidad de indignarme […] he de reprimir muy a menudo esta última, lo que trae como resultado que, sublimada y trasmutada al plano poético, aparezca en mi creación literaria” (112).

            René Marqués, como su portavoz de la Generación del 45, presenta los aspectos representativos de la nueva cuentística que se utilizarán como aproximación a “Otro día nuestro”. Esta narración contenida originalmente en la colección de cuentos que porta su mismo nombre plantea dos problemáticas que enfrentaba la sociedad durante la década de los cuarenta (111).  Primeramente, como observa Josefina Rivera de Álvarez, presenta el tema del nacionalismo en Puerto Rico y la misión histórica a la que se aferró Pedro Albizu Campo. Por otro lado, la transformación del ambiente social y cultural del país como consecuencia de la importación de patrones de pensamiento y acción estadounidenses (496). En ese sentido, la temática que plantea la narración maneja el tiempo con una perspectiva anacrónica que se funde con el personaje que representa la figura del caudillo nacionalista en la sociedad puertorriqueña. El personaje, preso en una pequeña habitación, es un hombre cuyos ideales no encajaban en la sociedad presente. Por lo que, la atmósfera en la habitación expuesta por el narrador da la impresión de estar en el pasado: “Miro en torno suyo, el tiempo parecía haberse detenido en aquella habitación de humildad monacal. La cama de hierro. El lavado anacrónico. El quinqué sobre el velador de caoba. ‘¿Fue el mes pasado que cortaron la luz eléctrica?’” (117). El relato se desarrolla creando una atmósfera de desesperación en la que el personaje no ve su misión completarse y va tras la búsqueda de una muerte honorable para convertirse en un mártir de la independencia: “—Deseo la muerte, pensó. Pero no lo dijo” (131). En la narración, la lucha del estado contra el nacionalismo, encarnada en la figura del personaje principal, se presenta como intensa y marcada por numerosos episodios de violencia que culminaron en la matanza de sus seguidores. No obstante, René Marqués presenta cómo al personaje se le niega la inmolación. De esta forma, el relato sugiere una deliberada omisión que lleva a reflexionar sobre las implicaciones de estos enfrentamientos y su resultado final. Este enfoque narrativo no solo evita explícitamente la representación del trágico desenlace, sino que también permite una exploración más profunda de los conflictos internos y las tensiones ideológicas que subyacen en la trama: “Pero la muerte, que él había lanzado contra otros, no venía a él” (129).

            “Otro día nuestro” presenta también la transformación social y moral de la sociedad puertorriqueña como una consecuencia directa del proceso hegemónico norteamericano. Inicialmente la narración nos ubica en el interior de una habitación lúgubre en la que predomina una pesada tranquilidad, “un ruido súbito hizo vibrar” los nervios del personaje. De esta forma, la armonía nostálgica que describe el narrador en tercera persona, junto con la introspección del personaje y sus parlamentos, se ven interrumpidas. Así, el autor incorpora en el relato el tema del cambio social y moral a atreves del proceso de modernización de la isla. También, expone el choque entre la tranquilidad de otro tiempo simbolizado en el interior de la habitación y el ruido de los engranajes, torres y rugir de motores que pertenecen a la vida en la ciudad.

            René Marqués en “Otro día nuestro” contrasta el pasado y presente prestando atención al choque con la nueva vida urbana. De esta forma, describe el paisaje urbano que emerge ante a modernización de la ciudad de forma monstruosa. El espacio en este punto de la narración fluctúa entra la serenidad presente en el interior de la habitación donde se encuentra el Maestro y el afuera: “Allí abajo estaba el monstruo. Sobre centenarios adoquines, húmedos aun por el rocío, se destacaba la masa gris de acero” (118).  El narrador acentúa la depredación de la nueva realidad puertorriqueña, la ciudad ya no era un espacio silente, el tiempo dejaba de detenerse con la llegada del camión de basura: “El camión de basura, con sus líneas aerodinámicas, su mecanismo perfecto y su digestión ruidosa, era como símbolo de las fuerzas destructoras que amenazaban todo lo por él amado” (119). Los contrastes entre la nueva vida urbana y la añoranza por el pasado son recursos contundentes dentro del discurso de Marqués en el relato para demostrar la angustia ideológica del personaje. La descripción de las torres metálicas como antiestéticas de la estación naval y las cruces negras, color representativo del ejercito nacionalista, chocan frente al fuerte español, la catedral y los adoquines. Estas imágenes no solo reafirman el coloniaje, también puntualizan mayor arraigo cultural a la metrópoli española que a la estadounidense. Esta simbología expone en desde el discurso literario el choque ideológico en la colonia a la luz de las políticas de industrialización y modernización de Puerto Rico bajo el Estado Libre Asociado.

            El cuento “Otro día nuestro” presenta una atmósfera lúgubre y pesimista que cónsono a la cuentística emergente de la Generación del 45. Sin embargo, bajo la pluma de René Marqués este aspecto responde a su propio compromiso frente a las políticas del Partido Popular Democrático en las que se promulga gran optimismo. El estado anímico del personaje y su profundo deseo de morir no solo reflejan el ahogamiento ideológico del nacionalismo frente a las políticas de persecución del estado. Desde la perspectiva de René Marqués, la lucha armada nacionalista no tuvo los resultados deseados y sus consecuencias fueron un precio alto a pagar. El exilio y el confinamiento pasan a ser el suplicio del protagonista al que se le niega ser sacrificado dentro de la lucha independentista: “Y se quedó quieto, con la cabeza inclinada hacia adelante, los ojos fijos en la espada de otros siglos, esperando que pasara la muerte” (134).

            En el 1956 René Marqués publica el cuento ganador en el Certamen de Cuentos del Ateneo Puertorriqueño “En la popa hay un cuerpo reclinado” incluido también en su colección En una ciudad llamada San Juan. La narración, presenta al hombre puertorriqueño frente a los retos de la nueva era moderna puertorriqueña y los desafíos que se perfilan en la economía que se desarrolla a mediados de siglo. En síntesis, el cuento relata la historia de un hombre asediado por su madre, su esposa, su directora contra sus deseos y aspiraciones. Según se desarrolla el relato, el fluir de conciencia y los diálogos revelan las limitaciones del trabajo docente, cómo el salario le impide tener una vida digna y su frustración al tronchársele su deseo de ser escritor y casarse con una mujer que no ama. La angustia, el desespero y su frustración lo incapacitan de poder lidiar con las diferentes problemáticas que enfrenta en su día a día hasta que finalmente decide acabar con la situación de forma nefasta. Las imágenes a las que se aluden en el relato, al igual que el simbolismo que encierran, lo catalogan como una de las manifestaciones literas más representativas de las inquietudes generales en la Generación del 45.

“En la popa hay un cuerpo reclinado” pone en tela de juicio el rol del hombre y la mujer en el nuevo orden social puertorriqueño. El protagonista en su monólogo interior refleja los serios conflictos que vive como hombre en la sociedad predominantemente matriarcal en la que cuestiona los valores de la igualdad:

“Porque hay un absurdo cruel en el sentido equilibrio de ese alguien responsable de todo; que no es equilibrio, que no tiene en verdad sentido, que no es igual a mantener un bote a flote con dos cuerpos, ni hacer que el mundo gire sobre un eje imaginario, por que estar aquí no lo he pedido yo, del mismo modo que nunca pedí nada (137)

De igual manera, la figura de las mujeres desempeña un rol desestabilizador que desemboca en el estado de angustia del hombre. La madre del hombre no solo cuarta la decisión de casarse de su hijo por la edad, sino que además revela el racismo solapado que siembre ha estado manifiesto en la sociedad puertorriqueña a lo largo de su historia: “No te cases joven, hijito. Y el sentido no estaba en el amor. Porque el amor estaba siempre en una muchacha negra, o mulata, o pobre o generosa en demasía con su propio cuerpo. Y no era ese el sentido que ella tenía para mí, sino una blanca y bien nacida” (138). Así mismo, a través del personaje de la esposa pone en manifiesto la economía consumista que promovía en la isla. De esta forma, como se ve en el relato, las posesiones materiales, el consumo desmedido y la apariencia de prosperidad tenían mayor peso en la sociedad puertorriqueña: “—¿Es que no tienes vergüenza ni orgullo, querido? La gente decente vive hoy en las nuevas urbanizaciones. Pero nosotros… […] —Si yo fuese hombre ganaría más dinero que tú. Pero soy una débil mujer” (145). La esposa, una mujer blanca, de buena cuna, aspira a instalarse en una mejor posición social, movilidad posibilitada por las particularidades de ascenso social a la clase media creada de manera artificial en la isla. Ambos personajes dan forma al contra discurso de René Marqués que va dirigido al abandono del pater familiae como una actitud impuesta dentro del proceso de americanización y la emergente clase media (Marqués, El puertorriqueño dócil 52).

El paisaje en “En la popa hay un cuerpo reclinado” se intercala dentro de la narración para brindarle movilidad. El autor, ilustra de forma magistral los detalles del canal camino al donde los colores, los colores y las formas generan una imagen reflexiva en la trama en la que se refleja el irremediable destino del personaje. La frustración, la mirada pesimista y la angustia del hombre motivan al personaje a bordo del bote con el cadáver de su esposa hacia el mar abierto. De igual forma, la naturaleza que rodea la ruta hacia su fatal destino genera un desencuentro entre la agitada vida urbana y la pasividad costera. El prostíbulo de la casa de la vieja Leoncia, las calles, los bailes del Club Rotario son espacios urbanos que le recuerdan al protagonista sus calamidades e insatisfacciones.  

El relato objeto de análisis aborda de manera audaz y grotesca el concepto de la sexualidad, ejemplificado en la descripción: “Y abajo, entre sus piernas, el bulto exagerado a pesar de lo tenso del elástico”. Asimismo, el autor desafía el esquema patriarcal que reduce la identidad masculina al mero goce sexual. Sin embargo, la narración coloca al protagonista dentro de una visión idealista. En la casa del balcón en ruinas, habitada por Leoncia y las nueve muchachas experimenta su primer encuentro sexual con el propósito de confirmar “que tenía cosas de hombre”. No obstante, como se observa en este pasaje, René Marqués recrea al personaje a no sumergirse en una vida regida por los valores patriarcales, sino que lo lleva a reflexionar: “Y comprobaron todas que sí, que yo tenía cosas de hombre, y gozaron mucho […]. Pero fíjate que eso no es ser hombre. Porque ser hombre es tener uno sentido propio” (136). Al final, el desenlace súbito del relato logra su mayor impacto por la auto extirpación del protagonista de su falo. Dentro del discurso que se repliega a través de la narración esta acción implica la consumación de la castración emocional a la que el personaje estuvo sometido a lo largo de su vida. El final trágico refuerza la crítica del autor hacia la alteración de las estructuras patriarcales como una consecuencia de la americanización de la isla y las imposiciones sociales que condicionan la construcción de las identidades masculinas.

René Marqués, como portavoz y representante de la generación del 45, marca un hito respecto a su visión de Puerto Rico en el contexto del coloniaje estadounidense. Los eventos convulsos dentro y fuera del país lo llevaron a expresar en su cuentística (y su prolífica obra literaria) el dolor y el sufrimiento de la sociedad puertorriqueña. Frente a una hegemonía asfixiante que buscaba erradicar la cultura puertorriqueña por medio de la industrialización y modernización del país, se alza como baluarte intelectual que visibiliza en las letras la problemática social de la isla.

Pedro Juan Soto: el puertorriqueño en Nueva York

            A partir de 1949, Pedro Juan Soto incursiona en las letras con la publicación de relatos breves en periódicos y revistas de la ciudad de Nueva York. Su formación en los Estados Unidos, sus estudios en literatura angloparlante y su experiencia migratoria le brindaron una línea temática a seguir respecto a sus inquietudes sociales manifiestas en la literatura (Marqués 155). Como uno de los renovadores de la cuentística puertorriqueña del cuarenta, su narrativa breve se caracterizó por poseer una incisiva y sugerente mirada a las limitaciones como migrantes que vivían sus compatriotas en la ciudad de Nueva York. Esta perspectiva desde fuera del espacio insular caribeño amplió la imagen identitaria diversa del puertorriqueño y ratificó sus luchas en la metrópoli. Sin lugar a duda, el escritor logra de manera contundente exponer por medio del discurso literario el choque cultural, el racismo y el desprecio que se enfrentaban los sujetos puertorriqueños migrantes. El acercamiento a este aspecto sobre el que giró gran parte de su obra trasciende la falta de recursos materiales y propone la dureza de los conflictos emocionales que se generan en el autoexilio. En su cuentística, Pedro Juan Soto construye tramas en la que se observan las consecuencias directas de la hegemonía norteamericana en la isla y que provocó condiciones precarias que motivaron bajo subterfugio a miles de puertorriqueños a perseguir el llamado sueño americano. Para 1957 publicó su primera colección de cuentos: Spiks donde a través de sus narraciones devela la crisis social existente entre los puertorriqueños residentes de la gran manzana.

Desde la perspectiva de la generación del cuarenta y cinco o promoción del cincuenta, logra conceptualizar e ilustrar la incapacidad del puertorriqueño para adaptarse al entorno cultural de la vida neoyorquina. Esto se manifiesta a través de la angustia existencial provocada por la nostalgia de la patria ausente y el pesimismo generalizado que se extiende ampliamente en el tono de sus relatos. Con estos aspectos en consideración, se realizará una aproximación a las obras “La cautiva” y “Los inocentes.” Esta mirada panorámica permitirá explorar los temas centrales, los matices narrativos y el enfoque estilístico de cada texto, enmarcando su relevancia dentro del contexto literario y social al que pertenecen. Igualmente, se persigue afirmar la importancia de Pedro Juan Soto dentro de su promoción, especialmente por brindar una mirada desde la diáspora respecto la identidad puertorriqueña.

“La cautiva” gira en torno a Fernanda, una joven que se encuentra junto con su madre en el aeropuerto de Isla Verde.  Este espacio atestigua desde los años cuarenta la salida de miles de puertorriqueños que, como ella, abandonaban la isla por diversas razones. Fernanda, víctima y presa de su deseo sexual por su cuñado, es enviada por la familia a vivir con Julio, su hermano mayor a la ciudad de Nueva York. Soto expone de manera inicial cómo el exilio servía de válvula de escape para dilemas familiares de índole moral. Fernanda, Inés y su cuñado se encuentran en un triángulo amoroso que amenaza con la integridad del hogar desde la perspectiva de la madre de las féminas. El aeropuerto se convierte en la narración en un espacio tumultuoso donde el monólogo interior de Fernanda se mezcla con las circunstancias de alrededor. De esta forma. la atmósfera cargada de desesperación, tristeza y ansiedad ilustra en el entrecruzamiento de las imágenes con la protagonista las diferentes razones que tenían los puertorriqueños para viajar a la gran ciudad.  

En primera instancia, “La cautiva” se presenta como un relato innovador y sugerente. Pedro Juan Soto, relata una historia migratoria, donde presenta una mujer como protagonista de la historia. El simbolismo del título adelanta como Fernanda vive la cautividad de sus deseos sin darse cuenta del entramado creado a su alrededor que busca removerla del hogar al exilio para detener la infidelidad de su cuñado con ella. Fernanda es martirizada y marginada, sin contemplar la coerción del cuñado para enamorarla. El simbolismo que rodea el aeropuerto alude a la prisión. El personaje está preso dentro del aeropuerto y su madre de revela como una oficial de custodia adherido a su prisionero asignado. En estas circunstancias la espera resulta angustiosa para la protagonista, en la que el llanto se apodera de ella: “—Ay, virgen, que tu… Fernanda te dicho que no llores más. La gente se va dar cuenta” (174) El escritor, no solo expone el drama familiar ante la infidelidad, sino que también denuncia como el exilio a la ciudad de Nueva York servía para muchas familias como solución a las problemáticas familiares: “— Quieres ehtar segura, ¿ah? Pero ¿qué más necesitah? Tú mihma l’ehcribihte a Julio diciéndole que yo iba a trabajar. —Y a vivir con elloh, Fernanda. Que no se te olvide.” (180). En el relato se vislumbra el destino de Fernanda, atrapada no solo por sus propios deseos y las circunstancias que la rodean, sino también por la prisión metafórica que representa el exilio. Por lo que, la ciudad de Nueva York representa un espacio de confrontación frente al choque cultural y la desigualdad que marcarán probablemente su futuro, acentuando su condición de cautiva en lo personal, social y existencial.
            El paisaje representado en esta obra se limita a un espacio encerrado y atestado de personas. sin embargo, sus implicaciones trascienden el lugar para llevar al lector al panorama isleño en general. El narrador presenta una línea que pasa casi inadvertida respecto al cambio vertiginoso del país para la época. En la pluralidad de voces que presenta el narrador heterodiegético durante la llegada de familiares y amigos al aeropuerto reina el discurso de la supremacía estadounidense. Para lo que regresaban, Puerto Rico no tenía oportunidades laborales, mientras que en la ciudad de Nueva York descansaba la promesa de una industria manufacturera en expansión: “—Yo no tardo seih meseh más en irme di aquí, porque ya el campo s’está volviendo un patio pa to ese montón de fábricas que van levantando” (182). De esta forma, Pedro Juan Soto vincula la temática de exilio y la disfuncionalidad familiar con la promesa del sueño americano que impulsó a miles de puertorriqueños a salir de la isla.  Pedro Juan Soto en “La cautiva” no solo explora las causas de la migración en el discurso de los personajes periféricos a la protagonista, sino que por medio de la oralidad resalta los dejes puertorriqueños como un elemento esencial que distinguirá también otros relatos de la literatura puertorriqueña de la diáspora.

En “Los inocentes”, se analizan diversos aspectos del perfil migratorio puertorriqueño, centrándose especialmente en las tensiones culturales y sociales que traen consigo el proceso de migración. La narrativa presenta de manera explícita y contundente el conflicto paradigmático de aquellos que no logran internalizar conscientemente las implicaciones de la migración.

El relato se estructura en dos partes, cada una de las cuales alterna entre episodios que reflejan la incomprensión de Pipe, el protagonista, quien padece una discapacidad intelectual como consecuencia de un accidente montando a caballo ocurrido en Puerto Rico a los die años. La trama se desarrolla en un apartamento en la ciudad de Nueva York, donde Pipe vive junto a su madre y su hermana Hortensia. Esta última, inmersa en sus obligaciones laborales como costurera en una fábrica, convence a su madre de la necesidad de ingresar a Pipe en una institución de cuidado a personas con sus discapacidades similares a la de su hermano. Sin embargo, a pesar de acceder al pedido, la madre ve a Pipe como si aún fuese un niño, enfatizando la carga emocional y física que representa especialmente para Hortensia. El desenlace del cuento cobra un tono especialmente dramático cuando Hortensia, enfrentada a las crecientes dificultades de la madre para manejar las agresiones y el comportamiento de Pipe, decide llevarlo al centro de cuidados. Este acto refleja no solo una solución pragmática ante las limitaciones familiares, sino también las profundas tensiones emocionales derivadas de esta decisión.

Pedro Juan Soto en “Los inocentes” le brinda al lector una perspectiva crítica sobre los desafíos psicosociales que enfrenta la diáspora puertorriqueña, al mismo tiempo que aborda temas como el sacrificio, la responsabilidad familiar y la lucha por la adaptación en un contexto migratorio. El choque cultural que sufre la familia al mudarse a la ciudad de Nueva York representa a un grupo de puertorriqueños que eran movidos fuera de la Isla a causa de la pobreza institucionalizada. Sin embargo, muchos no tenían la oportunidad de adaptarse al ritmo de la ciudad y quedaban prisionero en sus apartamentos o dependientes de sus familiares que estaban inmerso en el arduo trabajo que impone su nuevo estilo de vida como ocurre con la madre: “La madre acartonada estaba sentada a la mesa […], y le observaba con sus ojos vivos, derrumbada en la silla como una gata hambrienta y abandonada” (165). Igualmente, este choque lo ve Pipe desde su inocencia, siente el cambio de lugar y nostalgia por la isla: “— Papadioh dijo el mirando hacia fuera-, trai la plaza y el río…” (166). De igual forma, Hortensia expresa la imposibilidad de poder cuidar a su hermano frente a la nueva realidad de la familia. “— En Puerto Rico era dihtinto — dijo Hortensia […] Lo conocía la gente. Podía salir porque lo conocía la gente. Pero en Niu Yol la gente no se ocupa y uno no conoce al vecino” (168). El choque cultural resulta traumático y angustiante ante las circunstancias en las que se encuentran. Hortensia, por un lado, condenada al trabajo en la fábrica de costura, se ve sin tiempo para el amor, por lo que sigue soltera. La madre, ante la condición mental deteriorada de su hijo Pipe, ya no tiene las fuerzas de la juventud para poderlo cuidar. De esta forma, el escritor redondea de una forma simple, pero profunda, la situación en la que se sumergían los compatriotas puertorriqueños en la ciudad de Nueva York.

En cuanto al espacio narrativo, Pedro Juan Soto lo centra en el apartamento, los personajes no se trasladan por la ciudad, sus protagonistas quedan inmóviles en medio de la inmensidad urbana y solo pueden observar a través de la ventana del apartamento.  La madre, sumergida completamente en el cuidado de Pipe, vive el encierro por el temor que infunde la ciudad o lo desconocido. En su inocencia, Pipe desea ser una paloma como símbolo que le alude a la libertad que ello implica poder volar y alejarse del encierro. La ausencia de espacios reconocidos para el protagonista como la plaza y el río acentúan la nostalgia de Pipe por la libertad que Puerto Rico representa en su interior: “ y no hay gallos y no hay perros y no hay campanas y no hay viento del río y no hay timbre del cine y el sol entra aquí y no me gusta” (170). El manejo eficaz del espacio y la síntesis de la narración son efectivas en cuanto a que transmiten efectivamente las sensaciones de desespero y angustia de los personajes.

Al final, la madre intenta convencer a Hortensia de no llevarse a Pipe a la institución de cuidados especializados; sin embargo, las circunstancias de duro trabajo y encierro que la ciudad impone son ineludibles para los hábiles a trabajar. De esta forma, focaliza los elementos trágicos como la separación, el abandono y el cansancio de la vida puertorriqueña y migrante en Nueva York. La imagen final que utiliza el narrador describe la dicotomía existencial en la que vivían los puertorriqueños en el auto exilio: “Hortensia tiro la puerta y bajo con Pipe a toda prisa. Y ante la inmensa claridad de un mediodía de junio, quiso huracanes y eclipses y nevadas” (172).

En cuanto al estilo y técnicas utilizadas por Pedro Juan Soto en este cuento, se pueda señalar que predomina del narrador en tercera persona. Sin embargo, existe un contrapunteo en el fluir de conciencia de Pipe, que a pesar de su inocencia o infantilización es la ventana en el relato sobre el paisaje de Puerto Rico al igual que la puntualización de su nostalgia. Aunque la madre resiente el cambio, es el protagonista quién más lo sufre y que el sentido de comunidad para este se pierde en la ciudad de Nueva York. Por otro lado, La construcción de diálogos cortos, con narraciones puntuales en la que la síntesis requiere la participación activa del lector llevan al compilador de Cuentos puertorriqueños de hoy a destacar que: “Los inocentes llena un especial cometido en la promoción del cuarenta. Su rotundo logro estético sirve de estímulo y acicate a la producción cuentística de otros autores de la promoción” (157).  Con estas expresiones podemos considerar que Pedro Juan Soto evoluciona su narrativa dentro del mismo cuadro de su generación con el fin de presentar la nueva realidad de los puertorriqueños dentro y fuera de la Isla.

Referencias

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Sobre el autor

Ángel Luis Velázquez Morales es profesor de Español con una trayectoria académica de 14 años en distintos sistemas educativos de Puerto Rico. Obtuvo su Maestría en Artes con especialización en Literatura de Puerto Rico en 2016 en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. En 2021, completó su Doctorado en Filosofía y Letras con concentración en Literatura de Puerto Rico y el Caribe en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, con la disertación “La función social del bolero en La importancia de Llamarse Daniel Santos de Luis Rafael Sánchez”. A lo largo de su carrera, ha participado activamente en comités de disertación y diversas actividades educativas y académicas, consolidando su compromiso con la excelencia académica.