Por Amneris Soto Soto
La maestra Salomé siempre decía que cada estudiante de su clase era un mundo distinto, y que su labor no era hacerlos pensar igual, sino ayudarlos a brillar con su propia luz. En su aula, los colores de piel, los acentos y las historias de cada niño formaban un mosaico tan diverso como hermoso.
Sin embargo, no todos lo veían así. Algunos compañeros se reían del español entrecortado de Nemesio, el niño haitiano que llegó con su familia para buscar nuevas oportunidades. Otros evitaban sentarse con Aureliana, quien hablaba con señas porque era sorda. Y a Llorens lo llamaban «raro» porque siempre prefería leer cuentos en vez de jugar baloncesto en el recreo.
—¡Siempre está con la cabeza metida en un libro! —decían entre risas.
—¿Para qué aprender un idioma si ni siquiera puede hablar? —susurraban al pasar junto a Aureliana.
Un día, la maestra Salomé propuso un reto:
—Cada uno de ustedes contará su historia —dijo con una sonrisa—. No importa el idioma ni la forma. Lo importante es que aprendamos a escuchar.
El aula se llenó de murmullos. ¿Cómo iban a contar sus historias si algunos ni siquiera se sentían escuchados? Sin embargo, poco a poco, las palabras fueron brotando como semillas en tierra fértil.
Nemesio habló de los cuentos que su abuela le contaba en Puerto Príncipe, sobre la luna que en su país parecía sonreír diferente y cómo extrañaba su hogar, aunque la nueva escuela le ofrecía oportunidades. Aureliana, con la ayuda de una compañera que conocía el lenguaje de señas, narró cómo el silencio le enseñó a escuchar con los ojos y con el corazón. Llorens compartió su pasión por los libros y cómo, en ellos, encontraba mundos donde todos eran aceptados tal como eran, sin burlas ni etiquetas.
Cuando terminaron, la clase no era la misma. Hubo un largo silencio, pero esta vez no era por incomodidad, sino por comprensión. Miraban a Nemesio, a Aureliana, a Llorens, y por primera vez veían más allá de lo superficial.
—Nunca imaginé que las palabras fueran tan importantes —susurró alguien.
—Tal vez no entendemos lo que otros viven, pero podemos aprender a respetarlo —dijo otro.
Desde ese día, en la escuela de la maestra Salomé, las diferencias dejaron de ser barreras y se convirtieron en puentes. Aureliana enseñó señas a quienes querían aprender, Nemesio compartió más sobre su cultura y Llorens ayudó a quienes querían sumergirse en los libros. Y así, en aquel pequeño salón, se construyó un mundo donde todas las voces tenían un espacio para ser escuchadas.

Sobre la autora

Amneris Soto Soto, MC, CPL, es facilitadora y conferenciante en la Universidad Ana G. Méndez y Ayudante Especial del alcalde del Municipio de Toa Baja en la Oficina de Desarrollo Económico, Turismo y Cultura. Posee un Diploma Internacional en Psicología Positiva y Bienestar Emocional, y certificaciones en Herramientas Neuroeducativas, NeuroMeta y Coaching de Liderazgo. Actualmente, es estudiante doctoral en Educación con especialización en Liderazgo e Instrucción en Educación a Distancia. Su trabajo se centra en el desarrollo educativo, la gestión empresarial y la inclusión social.