Receso.

Por Alejandro Zapata Espinosa

Te gustan los estudios de caso, profesora. Yo te escribí uno que es, en resumidas cuentas, la historia de nuestro amor.

Llegaste a casa y te zambulliste en la hamaca del patio: inician las vacaciones de Semana Santa y, con ellas, nuestros viajes. Yo aún no salgo del colegio, pero unas páginas en el interior de la hamaca, escritas con juicio, te ponen a leerme:

Entramos al amor por un acceso… ¿ventajoso? Sabíamos tanto de nosotros como de las cirugías bariátricas, si es que sabíamos de ese tipo de cirugías. Yo me concentré en ti y averiguaba lo que del azar me atraía al entendimiento. Atender las clases, las exposiciones, era verte. Ya es otro tambor el que toca: damos clases y organizamos exposiciones. Pero me sigo cuestionando: entramos al amor ¡de qué manera! Si a mis diez años me hubiera dicho mi destino un brujo, un camandulero o un mercachifle, no le creería. ¿Es ese el motivo por el cual nadie le dice a nadie qué sucederá con su persona? Ahora que lo analizo, y si yo tuviera ese poder, y me informase en las reuniones de adivinos que los clientes no creen en “nuestros” estudios, capacidades, carismas o dones, le crearía a una personalidad importante un destino ajeno al suyo y haría caer a quienes lo rodean bajo nuestro poder.

He aquí una alucinación propia de Betancourt de Liska, quien recomienda a los arquitectos promover construcciones ovaladas, sin esquinas agudas, por el bien psíquico de los habitantes.

¿Cómo se pasa del anonimato al apego? ¿Los meses juntos entran en los cálculos predeterminados, establecidos, de enamorarse y entregarse a la quimera futura, al hogar y a las cuentas pagadas de antemano, muy de antemano? No podemos excluir la posibilidad de que algo, así como nos unió en un segundo, nos separe con igual rapidez… En una palabra: vivos, no excluyamos ninguna posibilidad; y «Hay que resistir siempre. Nunca se es vencido del todo» (André Maurois). Mientras las posibilidades nos amaguen y aprieten la suerte, nos reconcilien y nos hagan pelear, nos separen y nos junten, creamos el uno en el otro, y critiquémonos desde nuestras posiciones de lucha. Sin reglas o con parámetros definidos, revolquemos lo preconcebido: seamos dialéctica, mujer; lo que es lo mismo que decir: seamos.

La invisible unión nos acompaña mientras aprendemos a andar solos. Cuando nos suelte de la mano, lo preferible es no sentir que nos liberó; lo preferible es mantenerla, desconocedores de su retirada. Ya nos metimos en esto… Hay escapatoria como hay prolongación. Decidamos, cada uno, ¡sin mentirse!, el sendero a tomar. Aún estamos biches, pero si nos adelantamos al tiempo, no nos cogerá desprevenidos; tendremos herramientas para abordarlo: tus decisiones y las mías.

Saltas de la hamaca, pues ya tomé asiento frente a mi escritorio, a reclamarme por la oscuridad y las insinuaciones escritas:

—¿Me querés dejar de a poquito? ¿Eso decís?

Pero yo estoy redactando las páginas que encontraste al llegar.

Ratificas leyendo desde la parte donde meto a Betancourt de Liska, digresión que no te molesta por conocer mis descuidos anecdóticos. Vas por las hojas que tiraste al piso, las tomas, y, poniéndote a la par con mi escritura, se te ocurre, ¡oh relámpago cerebral!, dictarme, como si traspasaras lo escrito en una cartilla a la mente de tus estudiantes y, de su mente, al cuaderno de notas, modificando la versión impresa:

De Liska nos asegura un porvenir adecuado a los deseos matrimoniales. Casémonos, profesora. Es lo que ambos deseamos (yo con más intensidad). Me dispongo a hacerte una mujer dichosa en los lujos de mi salario, que no es oro ni un giro público. Vamos, mujer, a limpiarnos del colegio en una playa. La deuda la pago yo, tu hombre, tu Sancochito, tu esposo. Morir amándonos es la única posibilidad que tenemos. El sendero a tomar no es más que uno. ¿Sabes cuál es? (Te doy una pista: nosotros). ¿Quién duda de su compañera? Tú no dudas de mí: eres atenta, responsable, gloriosa, divina, ¡superior! (¡Desde nuestros inicios lo tenía claro!). ¿Me servirás como yo te sirvo hasta nuestra vejez de profesores con problemas mentales y afónicos? Si me regañaras y fueras cruel conmigo, bendeciría tu aforismo; pero te quiero escuchar siempre, en todo momento. Así será.

Cuando averigüé, volviendo en mí, atontado, por lo de «¿Me querés dejar…?», que me pareció un regaño de hace una centuria, me pediste que me acostara en la hamaca. Ubiqué unas hojas recién escritas. Las leí mientras, al parecer, me recompensabas por mi fidelidad planeando un viaje o cumpliendo la orden que te di de planearlo, de una semana con el fin de «limpiarnos del colegio» y sellar nuestro amor.


Sobre el autor

Alejandro Zapata Espinosa (Itagüí, Colombia, 2002): aspirante a grado de la Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana del Tecnológico de Antioquia; maestrando en Educación por la Universidad Santiago de Cali.

Créditos de la foto adjunta Luisa Fernanda Oquendo Zapata, 2024