Viajo hacia el lujo, la falta de constancia,
la reprobación de carecer de atadero,
de corretaje, de repetición.El contagio, Guadalupe Santa Cruz
Esta escritora nació en Orange, Estados Unidos, en 1952. Tuvo que exiliarse de Chile al poco tiempo del golpe militar. Vivió en Bélgica y estudió Grabado en la Academia de Bellas Artes de Lieja. Se licencia en Formación de Adultos y educación permanente en la antes nominada ciudad. Fue integrante en los años setenta y ochenta de la Asociación de Grabadores de La Poupée d’ Encre. Al retornar a su tierra natal se dedicó a conducir talleres para mujeres en el mundo sindical. También fue conferenciante en la escuela de líderes del instituto de la Mujer. Además, ha participado en talleres de oratoria e impartiendo conferencias (Ortega 81).
La obra de Guadalupe Santa Cruz se caracteriza por la recurrencia en el tema de la subjetividad urbana. Ella trabaja con entereza, en detalle y con desbordante sensibilidad en su deseo de búsqueda de la corporeidad. Su prosa narrativa fragmentada se convierte en texto, a fin de mostrarnos la contemplación de escenarios vivientes como paisaje posible. Todas estas miradas, la recrea- en gran medida- por medio de complejas figuras femeninas que manifiestan el viaje literal o figurado, a fin de invitar a nuevas experiencias formadoras de fundamentales elementos de continuidad. Por lo tanto, el desplazamiento lo vemos – en ocasiones- por medio de la multiplicidad de escenarios que les permite a las protagonistas evolucionar y auto descubrirse. También notamos que esta figura de estudio es auto diegética, ya que pueden ser personajes y narradoras en las historias en que se desarrollan.
Raquel Olea destaca en su texto Lengua víbora: Producciones de lo femenino en la escritura de mujeres chilenas que en la literatura escrita por mujeres se siente un avance significativo en la década de ochenta y principios del noventa (11). Escribir con restricciones significó para la narradora una diligencia sociopolítica de cuestionar al poder y establecer una diferencia en el género de la escritura (12). Esta acción constituyó un repudio contra el poder imperante. Por tal razón, Olea cataloga de “lengua víbora” a autoras que responden a otra forma de escribir porque constituyen la diferencia dado que presentan la huella del silencio (12).
Raquel Olea subraya que las creaciones de Guadalupe Santa Cruz se construyen mediante marcadas variaciones en el ejercicio escritural. Por tanto, Santa Cruz siente la urgente necesidad de ubicarse, por medio de su pluma, y desvincularse de los escenarios usurpados. Por tal razón, la constante en sus obras la constituye el anhelo de reconstruir los escenarios utilizando como tema el viaje, a fin de permitir desplazar a sus personajes en sus narraciones (83).
Francine Masiello destaca en su texto The Art of Transition Latin American Cultural and Neoliberal Crisis que en las obras de Guadalupe Santa Cruz la máscara llama la atención para la doble identidad de la esfera política, pero esto sólo sirve como metáfora para la diferencia sexual, articulando las luchas entre lo masculino y lo femenino, entre las identidades marginadas y las privilegiadas (15).
El contagio desarrolla el tema del viaje desde escenarios diversos. Dicha narración presenta a la figura central con impulsos de estar en otro lugar que le permite vivir nuevas sensaciones. Su existencia en su espacio actual reconfirma su insatisfacción frente a las situaciones que atraviesa y esto la impele a irse. Por tanto, sus acciones y movimientos están enfocados en el allá, al que anhelan llegar a fin de intentar obviar sus desdichas presentes. En efecto, la travesía constituye su forma de reflexión y de liberación.
En la mayor parte de las páginas de El contagio se percibe el desplazamiento en el hospital Pedro Redentor. Las condiciones físicas del recinto no invitan a la sanación de los pacientes, sino a la enfermedad. Este lugar cerrado, es un escenario social “cero” (Raquel Olea 97). Es decir, es un espacio del no ser, en el cual se imposibilita la cura. La sanación de los pacientes no es el factor primordial que invita a los empleados a laboral allí. Además, el aspecto físico del recinto incrementa el descuido y la dejadez frente a las condiciones delicadas de salud de los que allí convalecen. Las descripciones de Apolonia reiteran la indiferencia frente a la enfermedad.
El contagio destaca la sátira de una patria silenciada y aterrorizada, en la cual la represión y la violencia prevalecen (Cecilia Ojeda 88). Por medio del escenario clínico-hospitalario se presentan las relaciones existentes entre sátira/saturación (Ojeda 88). Los personajes dialogan y exteriorizan sus impresiones acerca de su lugar de labores. Sus quejas resultan irónicas, pero su desinterés hacia el paciente continúa latente. La enfermedad, el deterioro y el encierro evidencian la necesidad de mejorar unas condiciones de vida.
Además, se describe un cuerpo “enfermo” y los contagios/contactos que prevalecen con este malestar. El eje central del relato es el funesto y vigilado hospital. El espacio está controlado continuamente. Los contactos de la alimentadora con los pacientes confirman las inestables condiciones de salud. Julio Ortega subraya que esta prisión se apodera de los cuerpos y de la conciencia (88). Recurrentemente aflora y se resta importancia a lo humano y se incrementa lo inhumano (88).
Década del 90
Felipe Muñoz establece en su estudio “Seminario nueva narrativa chilena” que en este periodo a nivel político se percibe el retorno a la democracia. En el 1990 comienza la nueva narrativa chilena como un nuevo negocio para los editores en cuanto a ventas con la publicación de dos textos: Sobredosis de Alberto Fuguet y La ciudad anterior de Gonzalo Contreras (93). En los noventa los libros que presentaron mayor acogida en ventas eran los de escritores chilenos que se podían publicar desde España. Por tal razón, en la década del noventa se ofrecen nuevas oportunidades para la intervención de autores, lectores y editores innovadores.
Carlos Orellana Riera destaca en su estudio titulado “¿Nueva narrativa o narrativa chilena actual?” que la década del noventa se caracteriza por presentar, por medio de la literatura, las situaciones que surgen a raíz de la dictadura culminada en el decenio anterior (43). Por tal razón, se pueden percibir en este periodo de transición democrática el deseo de renovación con un fin de celebración tras culminación de la dictadura. Uno de los propósitos de este festejo es hallar un contacto distinto con el lector a fin de borrar las fibras heridas que dejó el pasado angustioso (44). En esta época el lector se mostraba no sólo más receptivo, sino más entusiasta comprando textos y leyéndolos. Ante esta recepción, Jaime Collyer manifestó en su columna “Apsi” el retante comunicado de que la Nueva Narrativa había nacido y se encontraba avanzadamente a la ofensiva y la respuesta favorable del público les estaba dando la razón (47).
En cuanto a la obra El contagio (1997), se recrea un hospital como centro y como ciudadela. Detrás de los ventanales, aparece una ciudad rendida. Entre la vida y la muerte, una red de nutrición, metáfora del poder, circula por los corredores de este recinto asfixiante y promiscuo. En fin, el recinto hospitalario es la representación del “desvalor humano y de la reproducción de lo inhumano” (Ortega 81).
Francine Masiello reitera que en la novela El contagio (1997) se destacan revisiones del campo lingüístico para conceder autoridad a nuevos cuerpos y voces. El lenguaje familiar se desintegra en una forma apenas reconocible. En esta obra, ella explora otros ritmos que indican espacios inexplorados de deseos no controlados. Estas nuevas tendencias de la investigación son mandatos conectados con la situación chilena que esta autora nos quiere mostrar por medio de variados significados a fin de construir un todo (189).
El contagio de Guadalupe Santa Cruz: el estudio crítico
En la novela El contagio se presenta la vida de una protagonista en un micro mundo contaminado. En este escenario ocre, Apolonia, nuestra figura de estudio, labora como manipuladora de alimentos en un hospital llamado Pedro Redentor. La narración destaca cómo se desenvuelve esta protagonista en un ambiente donde se palpa la fusión entre los intereses culturales, personales y “profesionales”. Estamos frente a una sociedad que anhela un cambio, ya que su presente le desagrada y asfixia. Cabe destacar que el componente principal que da vida a estas relaciones interpersonales lo constituye la comida.
A través de ésta vemos cómo los personajes se transportan de lo conocido a lo desconocido. Por estas descripciones se utiliza un lenguaje plagado de metáforas, ironías, sátiras y saturaciones. Esta novela está cargada de términos que aluden a los alimentos no solo como medio de sustento, sino para destacar situaciones que acontecen cada día. Los personajes exteriorizan sus impresiones y muestran sus deseos de estar fuera de esa celda ocre, pero tienen que sobrevivir largas horas en este espacio. El deseo de alejarse de este encerramiento constituye el deleite más nutritivo, psicológicamente hablando, que los alimentos que llegaban a su paladar. En efecto, en este recinto, a través de la comida se crea una especie de coloquio entre los empleados que nos llevan a hallar las semejanzas que existían entre ellos.
El viaje de la figura protagónica
En este capítulo se pretende demostrar la importancia de la travesía en El contagio. El viaje nos permite analizar la forma en que se desenvuelve, por medio sus subidas, sus bajadas y sus deseos, la manipuladora de alimentos en su micro mundo contaminado. Además, nos deja subrayar cómo ella se enfoca en su labor de nutrir a los enfermos de este escenario. Entre sus viajes alimenticios y sus contactos vemos que:
“No celebramos la comida. Es la rutina, el elemento de nuestras pegajosas relaciones. Ninguno de nosotros está a gusto en el Pedro Redentor, todas quisiéramos estar más allá, y ese otro lugar es el plato de fondo de todos nuestros intercambios, del modo en que nos medimos y nos custodiamos. Lo que nos ponemos en boca es el acompañamiento, siempre desabrido, de un gran menú diario sin sorpresas ni sobresaltos” (El contagio Guadalupe Santa Cruz 21).
Esta cita permite destacar que todo lo que va a acontecer en la obra tiene como punto de partida los alimentos. Estos son los provocadores de los desplazamientos que producen los contactos con otros personajes, con las aventuras y con las enfermedades. Del mismo modo, se presenta la mirada contemplativa y las sensaciones de Apolonia desde el hospital hacia la ciudad. Estas ojeadas pueden percibirse como un deseo de estar allá, es decir, en “libertad”. fuera de la celda enferma, hablando de manera metafórica.
También la experiencia amorosa, del personaje central con el médico, da paso a otro movimiento. La relación del galeno y la alimentadora nos permite estudiar un corto viaje hacia lo “prohibido” y hacia los señalamientos. Este amorío da cabida a las habladurías de los compañeros de labores. Reiteramos que el viaje se caracteriza por un amplio deseo de búsqueda que encamina a la protagonista a experimentar situaciones variadas. En esta obra el desplazamiento permite ver a la figura central en diversas posiciones fundamentales en su vida. La travesía, de acuerdo con lo presentado por Eliade, le transforma la existencia a Apolonia. También la lleva a vivir momentos que la alejan de este micro mundo literal, pero no exclusivamente contaminado. Estas experiencias la transforman y la hacen querer apartarse de todo y de todos para siempre. Ella desea una experiencia más de la vida. Por tanto, decide un cambio luego de enfrentar momentos desagradables y saber que estaba embarazada. Este estado de preñez la empujará a volver a comenzar, pero desde un lugar apartado.
El contagio destaca los siguientes binomios contradictorios de forma constante: vida/fallecimiento, rescatar/castigar y nutrir/hambre. Otra de las temáticas abordadas son los juegos eróticos de forma reiterada. Dichos comportamientos amatorio entre Apolonia y Elías, el paciente del cuarto 83, se ven así: vagabundea por todos los rincones del hospital Pedro Redentor. Esta búsqueda de nuevas sensaciones le ofrece mayor intensidad a la narración, pese a las situaciones y a las denuncias existenciales que pueden presentar las conductas de la figura central (Chapple 11).
Apolonia en esta obra se desplaza de manera literal como parte de su trabajo. Ella disfruta su labor y reconoce que otros dependen de los alimentos que prepara. Su paciencia y dedicación son fundamentales en sus ejecutorias y en ofrecer otra oportunidad de vida:
“-Come, por favor. Estaba sentado en el sillón, erguido y tieso como un enfermo, haciendo caso omiso del respaldo. -Traga esta última cucharada. Tú sabes que todo esto ya sucedió (aunque aún no termina) y desde entonces me he desplazado. Le tendí muchas veces aquella cucharada, pero no logré alimentar su sobrevida. Entonces viajé” (Santa Cruz 15).
En esta cita percibe que para dicha figura central el alimentar a los pacientes es más que un trabajo. Es decir, constituye un deseo de que estén sanos y animados no sólo para evitar que se debiliten, sino para que mejoren sus actitudes depresivas y sus perennes tristezas. Ella intenta que este personaje alimentado aterrice de su viaje melancólico y se nutra, pero el desánimo controla a uno de sus tantos pacientes. De este ejemplo se destaca la buena voluntad de Apolonia.
En una entrevista que realicé a Guadalupe Santa Cruz, y luego fue publicada en la revista Alba de América, ella describe al personaje de Apolonia de la siguiente forma:
“Apolonia sabe de la promiscuidad y sabe vincular las cosas entre sí. Ella es una gran “viajera” de las trasmutaciones digestivas. Es como si ella conociera la orgánica de lo digestivo -en su sentido más amplio- [. . .] procesa, discierne; no tiene temor a la mezcla porque ella lo está. Pero, por lo mismo, no tiene temor a perderse. El viaje de ella es inmóvil, pero -de pronto- va a querer hacer un viaje físico, geográfico. Su obsesión está en saber” (Gisela Carreras).
Otra manera de percibir sus desplazamientos es por medio de sus caminatas por el hospital con el deseo de realizar las funciones asignadas. En ocasiones creemos que esa entrega laboral es una forma de protestar ante la indiferencia y poca profundidad de otros compañeros de trabajo:
“Yo vuelo por los pasillos. Apenas pisa suelo el lento ascensor, corro las rejillas con un gesto maquinal- hay que cargar la fuerza en el tronco y apoyar el codo para abrir, pues una bandeja inmoviliza las manos o me absorbe el equilibrio del carrito de distribución- y deslizo fuera el cuerpo” (Santa Cruz 20).
Esta experiencia del viaje es una actividad que se relaciona estrechamente con el tronco que se recorre. Las descripciones destacan la energía y el empeño de la protagonista en realizar de manera ágil sus labores. Dicho lugar-refleja -por sus actitudes- que los empleados tienen menos salud que sus pacientes. Su indiferencia los convierte en individuos mecánicos que los hace estar pendientes de todo menos de lo encomendado.
Apolonia destaca el repudio a su trabajo generalizando su sentir y el de sus demás compañeros hacia sus empleos:
“Ninguno de nosotros está a gusto en Pedro Redentor, todos quisiéramos estar más allá, y ese otro lugar es el plato de fondo de todos nuestros intercambios, del modo que nos decimos y nos custodiamos. Lo que nos ponemos en boca es el acompañamiento, siempre desabrido, de un menú diario sin sorpresas ni sobresaltos” (Santa Cruz 21-22).
El análisis que Apolonia lleva a cabo, sobre su labor como alimentadora en el Pedro Redentor, nos deja verla como un personaje que permite que sus pensamientos viajen, a fin de analizar y cavilar sobre su desempeño en este escenario. Ella está en un lugar que le causa constante desagrado, pero las circunstancias la detienen allí. La vemos viajando con las nefastas experiencias y consecuencias de los otros enfermos.
Del mismo modo, las travesías nos permiten estudiar la preparación de la protagonista para incorporarse a su trabajo. Ella describe cómo sale de su casa y la forma en que va a entrar a dicho recinto contaminado:
“Voy dejando atrás mi casa, procurando el camino de manera indiferenciada por alguno de los dos círculos simétricos de maicillo que unen la reja en fierro forjado de la calle y el pórtico de gruesas columnas que hace de entrada al hospital. Empujo el carrito con las seis bandejas de comida por los pasillos, con esa reserva y el aroma de aquel sudor en el revés del delantal, envuelta en su estela” (Santa Cruz 23-24).
Ella reconoce que incursionar en esta otra vida es una hazaña que requiere un interés o una necesidad sobrehumana. El incorporarse y formar parte de este otro mundo y lugar constituye su existencia. Es decir, entrar, laborar y desplazarse por este recinto contaminado constituye viajar e indagar sobre lo otro. Apolonia usa, inferimos, una máscara para intentar transformar a otros. Por tanto, cruza el sentido del revés, a fin de agradar y alimentar al menos sano física y emocionalmente hablando. En consecuencia, el visitar y trabajar con el otro es una realidad un tanto externa para ella. Pero sus reacciones ante estas situaciones nos permiten observar cómo esta figura enfrenta el mundo.
El nomadismo y la ubicación: El movimiento y el anclaje
Siguiendo con la travesía femenina es pertinente subrayar que la figura central de El contagio presenta conductas asociadas con las vivencias de un actante nómada que también lleva a cabo paradas propias de la ubicación. En efecto, el nomadismo destaca la manera en que ella se desvincula de su mundo real para darle rienda suelta a sus pensamientos y deseos. No obstante, la ubicación es su parada frente al mundo y su enfrentamiento con los desacuerdos que encuentra éste. Estos dos vocablos, sobre los cuales abunda Caren Kaplan, se ajustan a la travesía porque nos permiten estudiar a Apolonia cuando cambia de parecer deseando ubicarse mental y territorialmente en otros lugares. Por consiguiente, el nomadismo se resiste a las delimitaciones territoriales y psíquicas.
La protagonista muestra una vida repleta de sinsabores que la llevan al desplazamiento. Los movimientos sin rumbo fijo le permiten reflexionar y reevaluarse. El nomadismo estudiado en Apolonia se caracteriza por el inconformismo ante unos individuos que restringen su libertad de alma nómada. Este deseo de movimiento sin rumbo fijo la lleva a aferrarse a sus pensamientos y deseos de salir a flote ante las situaciones vividas. Por tanto, ella, para poder dar forma a sus deseos, decide reconciliarse con su lado racional para exponerse a otra forma de vida.
Estamos frente a una narradora rebelde que refleja su angustia existencial por medio de lamentaciones al no tolerar su realidad. Su vida está plagada de deseos no realizados y descontroladas emociones. Ella, al deambular entre dos extremos, de plena libertad y de conformismo, siente que se libera mentalmente – en un momento dado- del hospital Pedro Redentor y de su familia. Ante la imposibilidad de irse opta por deslizar su mirada vagabunda por las afueras del recinto enfermo para cavilar acerca de las condiciones de los transeúntes:
“Reclinada contra la ventana pensé otra vez en los viajes posibles, mientras me dejaba llevar por la melancólica agitación de aquellas cabezas de alfiler que eran los transeúntes por las calles. Los sentía faltos de ancla y de destino, ignorantes de la protectora elevación que representábamos. Porque yo sabía que desviaban la vista en cuanto miraban en nuestra dirección” (Santa Cruz 89).
Al no poder moverse por la ciudad opta por ser una observadora un tanto sedentaria. En esta ocasión dicha mirada va a ser su forma de subsistencia ante la inmovilidad momentánea que experimenta. Apolonia reconoce lo contaminado que esta su lugar de labores. Por tanto, opta por conjeturar sobre los posibles pensamientos que cruzan por la mente de los individuos que caminan por la urbe observada desde el hospital. Este monólogo interior la lleva a reconocer su condición de figura impotente frente a las enfermedades físicas y mentales con las que se tiene que rodear.
Otro aspecto que ayuda a caracterizar a Apolonia es la presencia de los sueños. En esta obra se textualiza en el siguiente ejemplo:
“Los sueños me tiran hacia atrás, siempre. Me hacen caer. Mientras que los viajes me están esperando…tengo muchos lugares marcados en un mapa. Subrayo nombres de sitios, de regiones, de ciudades que deseo conocer cuando leo un libro [. . .], cuando ojeo los diarios, cuando veo programas de televisión. Tengo paisajes enteros en los ojos que quiero tocar” (Santa Cruz 92).
Estos deseos no evidencian un anhelo de cambio de un lugar fijo a otro. Por el contrario, reflejan intentos de transformación constantes para contemplar lo desconocido y saber sobre el otro espacio a modo de trotamundos. Estos planteamientos nos permiten ver a una figura curiosa que trata de animar a uno de sus pacientes, Elías, expresando sus intereses. En efecto, los que viven en su casa o trabajo no le permiten descubrir esos espacios anhelados. Por tanto, es una figura que está centrada en alejarse, a corto o largo plazo, de todos los que acostumbran a estar en contacto con su ahora.
Su presente nos permite estudiar la ubicación que la mantiene en estado de descontento pasivo o alterado. El lugar que nos deja verla insatisfecha, pero centrada en la labor como manipuladora de alimentos, es el hospital Pedro Redentor. A través de este recinto la conocemos porque aquí se encuentran sus contactos, es decir, este es su piso diariamente:
“Trabajo para el recinto, el Pedro Redentor. Soy nutriente de nuestra galera, el más importante de los hospitales públicos… arriba manipulan el recetario, en subsuelo manoseamos las recetas” (Santa Cruz 19).
El ejemplo anterior subraya cómo ella se ubica en su lugar de labores y nos deja ver en qué se desempeña. Este concepto, estudiado por Kaplan, nos permite ver dónde ancla Apolonia. Ella desea trasladarse y, en la mayor parte de la obra, lo lleva a cabo en su escenario de ubicación. Todas las sensaciones, experiencias, tristezas tienen como punto de partida dicho recinto. Por tal razón, resultan de suma importancia en esta novela.
Además, otra forma de ubicarse -dentro de este espacio ocre que a veces la motiva y la transforma- es en el cuarto 83 del Pedro Redentor. En este lugar interactúa con una figura que transforma su existencia. Ella siente la urgencia de estar aquí:
“Bebemos de un mismo caldo pensé en el corredor, e ingresé en la pieza como alguien que se reúne con su columna vertebral” (Santa Cruz 99). Esta cita destaca qué siente Apolonia al encontrarse con el paciente Elías. Entrar en este lugar y estar largo periodo de tiempo con el fotógrafo redime su existencia. Las experiencias que ambos viven la hacen olvidar las amarguras sentidas en este hospital contaminado. En efecto, la ubicación nos dice dónde está Apolonia y en qué lugar la seguimos viendo en el transcurso de la novela. Sin embargo, el cuarto del fotógrafo, Elías, nos permite ubicarla en el sitio en el que se siente a gusto, aunque la relación con este personaje puede ser peligrosa para ella.
Él es una figura que está recluida en contra de su voluntad. La presencia de este fotógrafo resulta controversial en un espacio de represión donde impera una figura de poder, el galeno Luciano. Este médico lo aborrece: “Es un charlatán, ese terrorista que usted tiene acostado [. . .]” (Santa Cruz 66). Apolonia al ver, de primera instancia, a Elías reflejó sentimientos encontrados: “Me humilló su impotencia, se revolcaron en mí los lastres que vivo” (Santa Cruz 53). Elías se siente disgustado en el hospital.
Repeticiones y las frecuencias: Viajes, alimentos y contactos
En El contagio se presencian una serie de situaciones frecuentes que se asocian a los desplazamientos de Apolonia. Estas constantes nos permiten estudiar sus acuerdos y desacuerdos a fin de tomar la decisión de marcharse a otros escenarios. Estos cambios dejan que veamos a la figura central con distintos ánimos en determinados lugares. Ella piensa lo que desea llevar a cabo para tomar una decisión abrupta al final del relato. Estos reiterados anhelos nos permiten destacar cómo Apolonia desea constantemente viajar:
“Dejo el anca, el ancla.
Deseo viajar replantándome, para contar
historia propia yéndome a mí. No estar más
de sobra, entrar en soberbia apegada a mí
cuento, cómo palpo, miro y taladra sobre mí
el paisaje que invento al moverme” (Santa Cruz 140).
Este ejemplo reitera su anhelo consecuente de querer estar en otro lugar alejada de las situaciones que enfrenta en el Pedro Redentor. Ella quiere dejar de estar atrapada en ese espacio que no le permite crecer y evolucionar mentalmente. Las enfermedades que respira la tienen estancada, asfixiada y frustrada. Este lugar no le inspira vivir, sino el deseo de irse lejos. Por tanto, el anhelo de buscar otros horizontes es una manera de contrarrestar la monotonía que representa este espacio. Para Apolonia viajar es vivir, pero este escenario no le permite lograrlo. En efecto, la travesía es representativa de la indignación ante la inmovilidad que experimenta.
Por otro lado, la comida es la actividad que la aleja de su deseo frustrado de partida. Mientras concretiza su determinación vemos que la comida es su pasión y desahogo ante el anclaje forzado. Por tanto, los alimentos evidencian los reiterados contactos de la manipuladora con los demás:
“Tengo turno seguido en el Cuarto. Ahí
están los pabellones a un lado y el
postoperatorio por otro, con enfermos
delicados, que deben iniciarse a comer:
aquella es mi misión. A todas nos
atribuyen algo en especial” (Santa Cruz 23-24).
Otra frecuencia se percibe por medio del nutrir a los enfermos, dado que esta representación alude, inferimos, al título de la obra de Santa Cruz. Los alimentos son la parte crucial de la interacción de todos los personajes en esta narración. Por medio de la comida conocemos a Apolonia y sabemos dónde labora. Este degustar le permite conocer a los enfermos y relacionarse con ellos. Elías es el mejor ejemplo de este ejercicio de alimentación. Además, a través de sus funciones puede desplazarse por el edificio en el que labora. La comida es para ella la razón de su anclaje en este lugar. Al alimentar a otro, esta figura femenina, deja trozos de sí en otros individuos. Lo que ella intenta es “reconstruir” sus descompuestos “cuerpos”, a fin de hacerlos sentir seres vivos dentro del recinto. En cuanto a los coloquios y a su sexualidad, ella lo que intenta es excarcelarse. Estas relaciones le ofrecen, medianamente, razón a su existir.
Sobre este particular se destaca que todos los personajes negocian a través de la oralidad, de la comida y del lenguaje. Las uniones que se producen en la obra son lazos absolutamente esenciales que, por lo tanto, están en el nudo de la dependencia o de las libertades de los personajes. En torno a este espacio comenta la autora: “[. . .] me interesa mucho jugar [. . .] A partir de los modos de comer” (Juan Gelpi, 55).
Este trabajo da paso a conocer los frecuentes contactos que Apolonia tiene con otras figuras en esta narración. Es decir, su labor como manipuladora presenta otras tensas frecuencias como las relaciones extramaritales, por ejemplo. Por tanto, además de la comida subrayamos que los contactos se pueden estudiar por medio de los diálogos de esta figura con otros empleados de Pedro Redentor. Entre estos podemos remitirnos a los frecuentes diálogos con otros personajes como el doctor Luciano. Esta relación traspasa los límites laborales y los profesionales para llevarlo a una relación extramarital con el galeno que de manera figurada la excarcela -reiteramos- de este lugar. Las actitudes de Apolonia ante las invitaciones del médico se pueden sentir de la siguiente manera:
“Era jueves. Esperé a Luciano como de costumbre [. . .] Esta vez lo noté más parcocon algo brusco en sus ademanes. Sin consultarme decidió que no cenaríamos antes. Me enfrió. No poder elegir el lugar ni el menú me arrebataba la antesala, volvía nuevamente a ver el mundo más estrecho” (Santa Cruz 46).
Los diálogos y encuentros con el doctor no la alimentan como ocurre en su disfrute con Elías; al contrario, le causa acidez. Ella accede a los encuentros de Luciano, quizás, por alimentar la curiosidad que este personaje tiene hacia ella. Del mismo modo, este acepta salir con su jefe porque se aparta de su monotonía y experimenta otras sensaciones “amatorias”. Pero la prepotencia del médico la decepciona. Junto al galeno, ella es introvertida y siente miedo. Estas actitudes recalcitrantes de su jefe la apartan de él y la acercan más a Elías.
Otra figura fundamental en esta narración es Elías, el paciente del cuarto 83. En la mayor parte de los capítulos se desarrollan en esa habitación que lo conduce después de torturarlo. Elías es una de las figuras con las que ella tiene contacto directo y constante, es Apolonia, porque lo alimentaba. Las conversaciones de estos dos personajes nutren el cuerpo y la mente de ambos, ya que se expresaban con confianza. Tras estas visitas se establece una relación que llega hasta lo carnal:
“Con la nada girando en el estómago nos juntamos una vez más Elías y yo en la covacha. Yo estaba odiosa, deshecha. No pude hablar. Hubiera dicho una escombrera de ruidos, que brotaron de mi cicatriz. Hubiera tropezado conmigo misma” (Santa Cruz 116).
Este ejemplo evidencia la presencia del tema de la comida, esta vez como “nutriente/nutrido”. Estos encuentros hacen que Elías y Apolonia salgan de un micro mundo a otro y manifiesten sus deseos y diálogos horizontales correspondiéndose mutuamente. Este fotógrafo, contrario a Luciano, la hace sentir valorada como mujer en sus encuentros “eróticos-culinarios”. En sus intercambios no dan cabida a la altanería ni las ínfulas de superioridad. Por el contrario, con este personaje los sentimientos fluyen, su espontaneidad aflora y se manifiestan con extrema pasión. Ella no sabe explicar lo que siente con Elías, sólo está consciente de que le agrada su compañía. Ante esta confusión se limita a verbalizar: “Quizás con usted entro en mis sueños” (Guadalupe Santa Cruz 91). Este planteamiento es indicativo del grado de libertad que siente Apolonia frente a Elías.
Los ejemplos presentados destacan las frecuencias en las que se involucra Apolonia. Dichas situaciones constituyen sus diversas formas de viajar ante la necesidad de mantenerse allí y sin salida. En primer lugar, analizamos que anhela viajar de manera gráfica. Luego experimenta nuevas sensaciones con amantes -conducta representativa de búsqueda- que la hacen sentir fuera no sólo del Pedro Redentor, sino de su pareja formal y de su familia.
Personaje complejo y la voz narrativa: Las insatisfacciones versus la retirada
El personaje protagónico y voz narrativa, Apolonia, es una figura que labora como manipuladora de alimentos. Ella tiene a su cargo visitar los cuartos de los pacientes para nutrirlos, entiéndase, estar al servicio de otros. Sin embargo, a través de esta narración se palpa su deseo de salir de este recinto, es decir, de los espacios cerrados que aborrece, los cuales son el sótano, la cocina y el hospital: “Se me hizo mugre el hospital entero, una represa que no lograba retener” (Santa Cruz 53). Esta cita subraya que las situaciones padecidas en este lugar la hacían reafirmarse, aún más, en su deseo de salir de este paraje.
Este personaje, pese a tener una familia, se siente emocionalmente vacía. La protagonista es un ser mentalmente solo que desea viajar, ya que siente su mundo incompleto. El deseo de desplazarse en Apolonia es representativo, reiteramos, de indignación. Está estrechamente vinculado a su deseo de búsqueda, de cambio, de nuevas experiencias y de vivir intensamente lo innovador. Constituye un deseo de concretizar el anhelo que, tal vez, nunca será saciado. Esta actitud de insatisfacción psíquica la lleva a tener amoríos con varios hombres, a fin de llenar esa insatisfacción que, hasta ahora, no se ha podido opacar. Es por esto, que el hecho de compartir sentimentalmente con otros individuos, de forma ocasional, nos lleva a pensar que es su forma de exploración (huida) estática, ya que territorialmente no puede iniciar la tan anhelada travesía.
Ella desea dejar de trabajar en el Pedro Redentor porque quiere obtener su libertad: “Desconozco lo que sucede al otro lado, ni puedo imaginarlo, a pesar de que soy de las que trabajan mirando para afuera” (Santa Cruz 36). Este personaje demuestra en el transcurso de toda la obra, estar en constante búsqueda, es decir, su vida mostraba desorden, confusión y perturbación. Las descripciones que Apolonia ofrece de sí denotan la pobreza mental que surge en ella ante la indignación que siente en el recinto que labora:
“Somos deportistas del amor. Nuestro ensayo no tiene calendario. En la luz y sombra vigilamos la tersura de la piel, acallamos esas notas falsas, de locura, que se pegan a la voz. [. . .] somos carne de cañón, somos presa fácil, mercado barato,Feria de día fijo, remate al mejor postor” (Santa Cruz 21).
Estas aseveraciones denotan lo insignificante que son los subalternos para el poder dictatorial. Los empleados en este hospital están cosificados, el valor del individuo no se toma en cuenta. Ella permanece en este lugar por necesidad y pesando cuándo podrá alejarse. Esta crítica no sólo va contra los enfermos del Pedro Redentor, sino contra el país en el que habita.
Los espacios: El hospital y sus recovecos
El viaje de la figura central de El contagio nos permite subrayar cómo se desplaza Apolonia por este espacio contaminado. Los lugares mencionados destacan cómo ella interactúa para otorgarle mayor énfasis a sus actuaciones. El escenario contaminado permite que conozcamos cómo labora una mujer disgustada y mentalmente encarcelada. Es por esto, por lo que este lugar la lleva a decrecer emocionalmente por las circunstancias que atraviesa constantemente. En esta novela, el espacio que prevalece reiteradamente es el interior. Pero entre sus descripciones se subraya cómo luce el Pedro Redentor al contemplarlo desde afuera:
“-El edificio está pintado de color ocre. Es alto y grande, se ve de lejos. Por sobre el Mapocho parece una fortaleza, si se mira desde la otra ribera. Un castillo sin puente levadizo, porque no hay acceso desde allí” (Santa Cruz 35).
Ella nos presenta y nos ubica en los exteriores del espacio con el que interactúa. De inmediato destaca el color ocre que puede ser representativo de enfermedad. Esta introducción descriptiva nos presenta un lugar delirante, que en lugar de redimir al enfermo lo deteriora. Todos estos planteamientos se perciben al adentrarnos en un escenario que intenta alimentar y curar a los que lo necesitan. No obstante, en primera instancia no se ofrece importancia al nombre del lugar, en el cual lleva a cabo sus funciones, sino al edificio descrito detalladamente.
Los espacios nos recrean el desenvolvimiento de los personajes de diversos estratos sociales en el Pedro Redentor. El cuarto piso de dicha institución es el escenario principal en el que se desarrollan e interactúan las figuras de esta narración. Conviene reiterar que el escenario eje de este estudio muestra en forma gráfica e irónica la carencia y escasez de la sociedad moderna: “[. . .] salgo del ascensor del servicio que se mueve por secos espasmos, entrechocando ligeramente con las paredes [. . .] A través de las barras de fiero de la puerta corredora se puede ver los muros despuntados (Santa Cruz 19)”. Esta descripción refleja los signos de atraso de una sociedad moderna. Entiéndase, vemos cómo un recinto en dichas condiciones infrahumanas (lugar enfermo) puede ayudar en la mejoría de unos pacientes que necesitan sanación. Esta situación nos impele a pensar que el nombre Pedro Redentor constituye la desmitificación del sentido propio del término. En efecto, esta cita se puede vincular con el vocablo carencia, ya que no existe en sus términos una higiene enfocada en el bienestar del paciente.
Se puede establecer una relación entre hospital y cuerpo. El enfermo habita temporalmente en este lugar desea ser curado, atendido y alimentado. El hospital es una cárcel figurada, en la cual están encerrados pacientes y empleados. El color de este recinto es reflejo de enfermedad. El acto de deglutir, a través de las visitas a los cuartos, va tono con la gestión de Apolonia en su responsabilidad de recorrer los espacios o recovecos del hospital. Además, intenta aportar al alivio de las enfermedades e invita a los contactos entre empleados y pacientes: “El hospital está lleno de recovecos [. . .] Avancé lentamente por los corredores, bajé las escaleras en vez de tomar el ascensor” (Santa Cruz 36). Esta función evidencia cómo ella se mueve y qué diálogos o técnicas debe emplear en su intento de sanar alimentando.
Entre los espacios preferidos, de este recinto, por Apolonia se encuentra el cuarto 83 donde está recluido Elías. En dicho escenario ella se siente a gusto. A esta figura le atrae agradarle al paciente del cuarto antes textualizado. Por tal razón, ella lo complace en sus deseos:
“-Apague la luz, por favor. Corra las cortinas, que no veo la infinidad de pelusilla, todas las partículas en suspensión que habitan el aire, el oxígeno enrarecido de su Pedro Redentor, esta celda blanca de su monumento ocre, donde no es posible respirar. ¡No se puede tragar! -agregó exasperado” (Santa Cruz 55).
Estos planteamientos destacan la angustia que siente el fotógrafo torturado frente al espacio en que habita. En lugar de reconfortarlo, este individuo se ahoga en el encierro. En un diálogo con Guadalupe Santa Cruz, ésta destaca que la figura de Elías se percibe como “el saber conspirativo y el saber fotográfico” (G. Carreras). Es decir, los personajes masculinos fungen como complementos frente a unas realidades donde los actantes féminas son dinámicas, pueden y saben decidir.
Orden: Futuro como norte
Es pertinente reiterar que la secuencia narrativa presenta los contactos y las travesías que Apolonia enfrenta. El orden subraya cómo transcurre la obra. Este ordenamiento deja que veamos esta narración de izquierda a derecha al estilo A B. En El contagio lo que se puede percibir, en gran parte de sus páginas, es el modo de contar de manera lineal. Lo que llama nuestra atención es el deseo de vivir el presente y el anhelar el futuro, el cual se establece concretamente por medio del anhelo de un próximo viaje. Es decir, ella cuenta su desacuerdo ante el presente en el recinto y en su casa, pero desea una salida o alejamiento de su contaminado escenario en un momento venidero. El pasado apenas se menciona y no se le ofrece marcada importancia. Por tal razón, según lo planteado por Genette, el evento narrativo que aportan en el estudio de este relato es la prolepsis (100). Este término remite a sucesos que acontecerán más adelante en la narración. Por tanto, entre los eventos que causan sus desplazamientos se encuentran su desempeño como manipuladora de alimentos en el hospital Pedro Redentor. Me interrumpí, disponiéndome a contarle las diferencias que teníamos aquí. Adentro estaban las alimentadoras, entre nosotras también y, luego, con el resto del personal, pero tuve la impresión de que ya no atendía a mis palabras (Santa Cruz 36).
Este es el ahora de Apolonia, en su espacio en el que se presenta incómoda frente a sus labores. Las circunstancias la impelen a permanecer aquí ayudando a los enfermos a alimentarse y a mejorarse. Mas el ambiente hostil que se respira en el recinto la está decepcionando y afectando. Esta desagradable situación no le permite desempeñarse con entusiasmo y con la mejor actitud para mantenerse realizado las labores como alimentadora por tiempo indeterminado.
Por medio del viaje ella destaca sus deseos futuros. Apolonia, en reiteradas ocasiones, muestra sus insatisfacciones y quiere irse de su escenario actual. A ella no le afecta abandonarlo todo para comenzar de nuevo y al final de la obra lo hará. Pero antes de esta huida manifiesta lo siguiente:
“Yo quería irme, viajar. Caminar por el rompeolas de Cartagena, con el mar bravo asomando entre las rocas que abrazaron para robarle un paseo nocturno a la espuma. Extraviarme por su pueblo marítimo, entre los santos incrustados en altares de concha molida, los paisajes de algas, los santuarios de la virgen sobre zócalos de mariscos” (Santa Cruz 110).
El mar es el vehículo que la inspira a irse. La manipuladora quiere estar en movimiento todo el tiempo, pero su marcha es hacia adelante. Este espacio marítimo la lleva a cambiar de impresiones y puede ser su mediador, ya que ahora se siente angustiada (contaminada) y el cuerpo de agua será su camino hacia la vida. Dicha contemplación, al horizonte líquido, le produce sensaciones de libertad y cavilaciones sobre su ahora.
Por medio de la prolepsis subrayamos la visión y los deseos próximos de la protagonista. Los momentos venideros son bastante anhelados y fungen como los motivadores, a fin de soportar el ambiente tenso contaminado y desagradable que experimenta en esta metafórica celda ocre. Ella reflexiona sobre su situación frente a la vida. Decide permanecer en calma, ante los desacuerdos que vive, enfocándose en donde quiere estar pronto.
Duración: El hospital y el viaje
En El contagio el desplazamiento lo podemos percibir en toda la obra. La narración se lleva a cabo por medio de los recorridos que realiza la protagonista por todo el espacio hospitalario y al final se subraya su ida a un lugar apartado. A través de la duración se describe el tiempo, el cual presenta las escenas, sucesos y extensiones detalladas en las líneas y en las páginas de esta novela. Los cuatro aspectos importantes de enlace son: el sumario, la pausa, la elipsis y la escena. En el sumario la velocidad narrativa reitera las descripciones del hospital y qué labor realiza esta figura en su trabajo.
Todas las descripciones son breves y van acompañadas de múltiples metáforas. En El contagio se presentan apartados extensos destacados por acápites, los cuales se dividen por números romanos. El subtítulo anticipa y recoge lo que presentará la división. En variadas ocasiones se presentan segmentos narrativos intercalados por experiencias oníricas. Todo suceso vivido por la protagonista destaca su deseo de un futuro mejor para su tranquilidad mental.
La pausa descriptiva nos ofrece la oportunidad de estudiar cómo se subrayan los sucesos narrativos, dado que el tiempo se detiene y se abunda en las descripciones (Genette 102). Haciendo referencia a las explicaciones de Genette acerca de este vocablo resulta pertinente subrayar que en El contagio se presentan diversos anhelos en la vida por parte de nuestra figura de estudio. Toda la obra alude a su ahora y su después. El detenimiento de Apolonia se presenta para reflexionar sobre su vida actual y para desear irse cuanto antes. Además, en ocasiones sus momentos con Elías le permiten desahogarse psicológica y físicamente.
Con relación a las escenas, podemos reiterar que las divisiones de la obra destacan su vivir actual en el espacio hospitalario y su deseo de irse. Todas las partes de la obra nos ofrecen una idea de lo que se presenta en el apartado que está por comenzar. La obra inicia con el “Hogar en fuego”, donde rápidamente se presenta a Apolonia llevando a cabo su labor como manipuladora de alimentos. En otra parte llamada “Contigo”, se percibe las interacciones y contactos de los empleados del recinto con los enfermos y viceversa.
En cuando al acápite conocido como “La bandeja”, se anticipa el espacio de la protagonista próxima a su salida. En esta última división se destaca cómo se siente Apolonia y estas descripciones nos justifican con mayor ahínco las razones de su ida. Cada título anticipa atinadamente lo que se narrará detalladamente en ellas.
Modo
Dicho elemento narrativo se asocia con mandatos, posibilidades y deseos. Por tal razón, destacamos las diversas perspectivas en las acciones vistas por la protagonista. La pregunta crucial en este elemento narratológico es quién habla y quién mira. Tomando en cuenta lo planteado por Genette destacamos que en esta obra prevalece la narrativa pura (115). La catalogamos de esta forma dado que la narradora se escucha, dejándonos saber su sentir y cómo piensa lidiar con sus situaciones:
“En cuanto anuncié mi partida a la hora de colación en el casino, Luis propuso un asado. Nadie me preguntó las razones y nadie quiso saber hacia dónde me dirigía: el exterior fue siempre doloroso para nuestra legión. Nunca percibí de manera tan nítida los rostros como en aquella oportunidad en que algo rompía nuestra forzosa congregación” (Santa Cruz 146).
Este ejemplo destaca, con pesar, la razón para no ser cuestionada sobre los motivos de su partida. En su interior proyecta, inferimos, algún pesar por su ida, pero las circunstancias y el deseo de comenzar de nuevo la llevan a querer marcharse. Pese a la compañía familiar y laboral, ella subraya que no está en contacto con sus compañeros de labores como parte de una valorizada amistad, sino por compromiso. En efecto, creemos que estas razones y reflexiones sobre estar aquí confraternizando de manera forzada pueden aumentar su deseo de irse para el allá.
La figura central en esta novela también funge como la voz que presenta sus puntos de vista sobre variados sucesos que la incomodan. Apolonia es la figura central con características únicas. Su labor en este recinto es tan especial como ella, ya que nutre de manera literal y gráfica. Esta figura en la primera parte de la obra titulada “Hogar en fuego” nos anticipa, con muchos detalles, la función laboral que ejecuta en este espacio: “-Come, POR FAVOR. Estaba sentada en el sillón, erguido y tieso como un enfermo, haciendo caso omiso del respaldo” (Santa Cruz 15). Conocemos sus impresiones y acciones al adentrarnos en esta novela. Todos los detalles sobre los edificios se muestran en ocasiones con desagrado.
Voz indignada
No obstante, su interés por el bienestar de los enfermos es lo que la retiene aquí. En todo El contagio prevalece la narración anterior, a fin de mostrarnos el destino que persigue la protagonista. Por tal razón, en “La bandeja” se destaca cómo ella se ubica, a fin de enfocarse en su próximo destino. Esta figura da una última mirada contemplativa a sus compañeros en un festejo que solidifica, aún más, su partida: “Conservaría aquellos sabores con los cuales nos habíamos desayunado juntos” (Santa Cruz 147). Ella evoca lo experimentado en el hospital, pero continúa firme en sus deseos de ida.
La individuación: Hacia una nueva vida
En El contagio toda la obra presenta a una protagonista inconforme con el espacio en que labora y habita. Por tal razón, en el transcurso de esta narración reiteradamente se subraya el deseo que Apolonia tiene de viajar. Este anhelo es su medio de escape ante el asfixiante espacio laboral y ante su vacío existencial. Por tanto, desplazarse es su única esperanza ante los conflictos y es su única salida para comenzar de nuevo. En Apolonia la conciencia individual y su deseo de irse nos deja ver, con el paso del tiempo, su sentido de vida. Esta figura va en busca de caminos que le ofrezcan significado a su existencia. Por tanto, nuestra protagonista da la espalda a la colectividad que le rodea y decide encontrar este sentido de vida en lo más íntimo de su ser. En su retirada desea encontrar, inferimos, la unión y plenitud entre cuerpo, mente y espíritu porque aún no han sido hallados:
“Había iniciado el viaje.
Iba en la micro que aplastaba la ciudad bajo
sus neumáticos de caucho, iba en unas carreras
que marchitaban las deudas de nosotros, los pasajeros.
El tubo de metal al que colgaba el animal embestía una esquina era el
eje del universo, el descarrilarse había quedado afuera
colgaba el corazón en la lengua. Mis riñones goteaban hacia adentro
un ácido que carcomía la fotografía de esta urbe” (Santa Cruz 159).
Estas descripciones presentan el sentir y las sensaciones que cruzan por la mente de Apolonia ante el inicio de su salida. Ella demuestra el vacío existencial, las insatisfacciones y el abandono en su presente. Esta acción constituye la búsqueda de innovadoras rutas a su existencia. Dicha salida implica un alejamiento del mundo, a fin de adentrarse en un ser y lograr la plenitud. La individuación, a la luz de lo planteado por Carl Gustav Jung, es un procedimiento de autorrealización o de desarrollo psíquico que lleva al individuo a reconocerse a sí mismo (25). Este es el momento para que Apolonia desarrolle aquellos potenciales dormidos que estaban latentes en su interior.
El proceso de la individuación es una transformación compleja que la protagonista experimenta a lo largo de esta obra. Esta separación nunca se verá acabada totalmente, sino que la persona está en un continuo proceso de cambio. Entre las formas que evidencian los nuevos comienzos de Apolonia se encuentra su estado de embarazo. Es decir, ella volverá a comenzar su vida como madre y como individuo, pero sola en otro escenario. Esta maroma evidencia claramente, suponemos, su desagrado y su indignación con su actual anclaje. En efecto, ella decide comenzar en cero porque necesita otro motivo de vida en un lugar distinto, sin cómplices ni espacios contaminados.
Conclusión
En este artículo hemos estudiado el viaje, el nomadismo, la ubicación, los elementos narratológicos y la individuación en la obra El contagio de Guadalupe Santa Cruz. El viaje nos permitió analizar las similitudes que llevan a la figura central a desplazarse constantemente. Además, evidenciamos que la figura central está en un espacio de encierro. En este caso nos referimos al hospital Pedro Redentor. Estas restricciones espaciales nos permitieron ver el constante desacuerdo con su entorno social. Por tanto, como medio de escape se aferran a la travesía como elemento recurrente y deciden apartarse, momentánea o de manera permanente de su entorno.
Con el nomadismo nos dimos cuenta de los frecuentes recorridos sin rumbo por unos espacios que le permitieron reflexionar para auto conocerse. La ubicación nos permitió confirmar que su escenario, sea doméstico o urbano, es un lugar de encierro, ya que la limita y le produce exteriorizar sus insatisfacciones. Por medio de los elementos narratológicos indagamos en las recurrencias y la complejidad conductual de la figura central en un escenario que le produce, en ocasiones, desagrado. Dicha insatisfacción constituye su punto de arranque para encaminarlas a su individuación momentánea o continua. Por medio de las voces narrativas se pudo subrayar a la figura, disgustadas con lo contemplado en su existir y en otras circunstancias, planificando su ida. En ocasiones los otros personajes muestran sus impresiones acerca de la protagonista y destacan aspectos conductuales experimentados.
En El contagio, el recinto y sus compañeros de trabajo, la enferman y la hacen sentirse en decrecimiento emocional de forma constante. Apolonia no desea estar allí. Por tanto, antes de decidir apartarse a otro lugar decide viajar de muchas maneras. Entre las diversas formas de alejarse se destacaron algunas de las siguientes: establece una relación extramarital con dos individuos, se aparta de su mundo circundante por su labor de alimentadora y posteriormente parte sola a otro escenario. Ella opta por comenzar de nuevo en un espacio descontaminado.
Este estudio mostró el sentir femenino y su esfuerzo por destacar sus deseos frente a una sociedad patriarcal y a un régimen limitante. Esta figura recrea la opresión y el deseo de libertad. Ella anhela estar en otros espacios que la redimen y que les dan una nueva oportunidad de vida. Reitera, por medio de sus preocupaciones y sus intereses, cómo el individuo puede percibirse a sí mismo frente a la adversidad o a los desacuerdos. Esta figura encuentra un respiro al contemplar la naturaleza y al desplazarse por diversos espacios como experiencia de liberación. Apolonia vive en constante búsqueda de la dicha, dado que se siente insatisfecha con lo vivido hasta el momento. Esta figura muestra interés por irse a otro suelo y lo manifiesta por medio lo siguiente: los ideales sociales, la maternidad, el adulterio, el erotismo y el interés por estar allá. Los espacios y actitudes de liberación constante la redimen. Esta figura logra la autonomía.
Estudiando esta novela chilena hemos buscado presentar un diálogo entre lo ya planteado acerca de su cultura patriarcal en su espacio doméstico frente a las limitaciones sociales que existen en una época de la dictadura y posdictadura. Aquí la escritura es una forma de enlace que perpetua lo sentido y permite otras oposiciones de fuga frente al enclaustramiento doméstico, citadino o isleño. Esta escritora expresa, con mucha sensibilidad y de manera metafórica, su desagrado o repudio a lo que aconteció en su patria. El punto de encuentro en esta figura central es el tipo de acecho frente el poder opresor de su enamorado y de una sociedad autoritaria que está en crisis.
Santa Cruz presenta el sentir de la figura de su época. De la misma forma, destaca, con la presencia femenina, las situaciones sociales y políticas que enfrenta en su terruño. Esta figura central se muestra inconforme, reiteramos, con su realidad y grita su deseo de conocer más sobre el mundo. La constante que prevalece en esta narración es el anhelo de sentir, amar y vivir aferrada a su vida con entusiasmo. En la protagonista la sensibilidad marca la añoranza, el pasado y el presente, pero esto no limita sus vidas.
En El contagio hemos visto el desenvolvimiento y las rutas que decide tomar la figura central. En Apolonia vimos cómo fue cavilando, pese a sus líos amatorios y al embarazo, el momento que debía escapar del hospital. Este recinto no abonaba a su evolución como manipuladora de alimentos ni como individuo. El embarazo fue el factor clave, suponemos, para alejarse, dejándolo todo, y para comenzar, literalmente, de nuevo. Su lucha existencial le pedía ofrecerse una nueva oportunidad de vida, alejada de todo lo desagradable y confuso. En suma, para nuestra figura de estudio el recinto y sus compañeros de trabajo, la enferman y la hacen sentirse en decrecimiento emocional hasta que decide viajar, huir, volar, desaparecer de su ahora por su insatisfacción constante.
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Sobre la autora
Gisela del Rosario Carreras Guzmán nació en Mayagüez, Puerto Rico. Completó un Bachillerato y una Maestría en la UPR, recinto de Mayagüez con concentración en Estudios Hispánicos. En el 2008 terminó su grado doctoral en la UPR, recinto de Río Piedras en Estudios Hispánicos con concentración en Literatura Hispanoamericana.