“Pero en el mundo las rosas no eran de papel…”: naturaleza y creación en dos textos de Olga Nolla. Por: Edgardo Machuca Torres

La naturaleza y sus misterios son signos ineludibles en la vida y obra de la escritora Olga Nolla Ramírez de Arellano. Su interés por las ciencias naturales, su vocación para las palabras y su afición por el conocimiento se advierten de diversas formas en su obra literaria. Una mirada panorámica a dos de sus textos menos conocidos nos permitirá observar cómo la presencia de la naturaleza adquiere protagonismo en el acto creador de Nolla.  

Muchos de sus saberes se forjaron en la infancia. Su padre José Nolla, doctorado en fitopatología, fue director de la Estación Experimental de Río Piedras. Los paseos a los bosques, las conversaciones sobre la vida natural y las diversas tertulias que sus padres brindaban en el hogar, nutrieron su curiosidad innata. Quizás esta experiencia la inspiró en la creación de la protagonista de su cuento “La princesa y el juglar (a la manera y hechura de los cuentos de niños)” publicado en su poemario Clave de sol. La historia es una búsqueda de la libertad ante el dominio de la figura paterna. La Princesa Ilusión es una conocedora de la flora que rodea el castillo en el cual vive, pasión que aprende de su padre conocedor de diversas flores. La infancia del personaje guarda similitud con su niñez: 

En un lugar del cual ya nadie quiere acordarse, la Princesa Ilusión había nacido rodeada de las más hermosas flores del mundo, traídas por sabios extranjeros a los jardines de su padre. (65)

[…] la Princesa Ilusión pasó toda su infancia averiguando los rincones y vericuetos de tan extraordinarios parajes. Era como si todos los bosques del mundo estuvieran a su alcance y conocía los nombres de cada flor, de cada yerba y de cada árbol; tanto el rey como los jardineros selectos que había educado personalmente para cuidarle su tesoro encontraron en la niña una aprovechada discípula. (67)

Su madre Olga Ramírez de Arellano, poeta de vasto acervo literario, publicó Diario de la montaña 1957-1960 un inventario lírico, con algunas ilustraciones de la propia autora, que documenta vivencias en el Cerro Las Mesas de Mayagüez. Ramírez de Arellano comenta acerca de las tertulias que se realizaban en su casa con diversas personalidades de las artes, las humanidades y las ciencias. Entre las visitas, destacó la visita del Dr. Eric C. Stakman, un reconocido fitopatólogo estadounidense quien con su palique alimentó la curiosidad de la niña Olga:

Habló continuamente con una voz de timbre sonoro, pausado. ¡Cuánto dijo en tan poco tiempo! Mi hija y yo escuchábamos sin perder la palabra. A ella le brillaban los ojos. Disertó sobre la micología, la química moderna y otras fundamentales materias científicas. Luego se aplicó a las humanidades. (28) 

De otra parte, su prima Rosario Ferré, con quien estableció un binomio de quehacer literario en la década del setenta con la publicación de la revista Zona de Carga y Descarga, recuerda en su libro Memoria las complicidades infantiles que muestran cómo Nolla se adaptaba a las aventuras de la tierra con espontaneidad y valentía:

Pasé temporadas en su casa del Cerro de Las Mesas en Mayagüez, donde hacíamos excursiones a los bosques que la circulaban. […] Una vez la chincha del caballo de Olga no estaba bien ajustada, se le viró la silla y fue a caer a un cañaveral. Con su sorprendente determinación se volvió a montar en el caballo y siguió galopando. (116)  

Ambas estudiaron y se graduaron de sus grados de bachiller en Manhattanville College. La universalidad del conocimiento era una de las inquietudes más constantes en la vida de Olga, lo que influyó en su decisión de acercarse a la ciencia. Ferré en el ensayo “Olga Nolla: la vida como arco vital” publicado en su libro Las puertas del placer comenta:

[…] una vez le pregunté por qué estudiaba biología si yo sabía que amaba la literatura. Y me contestó que más que la literatura o la biología ella amaba la verdad, y que la verdad solo era posible descubrirla por medio de la investigación científica.

Con el tiempo se dio cuenta que esto no era exactamente cierto. Descubrió que la escritura literaria podía ser tan efectiva como la ciencia para revelar la verdad, aunque ya no la del mundo natural, sino la del corazón humano. Para Olga, la escritura y el descubrimiento de la verdad estuvieron siempre íntimamente unidos (152-153)

En sus primeros estudios universitarios su constante curiosidad la llevó a completar un bachillerato en Ciencias Naturales. Un comentario de la poeta en la antología Poemario de la mujer puertorriqueña apunta a ese momento: “Estudié biología y química, allá por el tiempo de mi primera juventud porque creí entonces que las ciencias naturales eran la clave para entender la realidad. Al darme cuenta de que esto era insuficiente, opté por la literatura.” (38)  Más adelante en un foro titulado “Nuevas respuestas a Sor Filotea”, la escritora, como parte de su exposición, amplía: 

[…] cuando tuve que escoger disciplina en qué especializarme en los estudios, escogí las ciencias naturales. Era cuestión de seguir averiguando cómo eran las cosas y de qué estaban hechas. ¿Por qué estaban las estrellas allá arriba suspendidas en el espacio infinito? ¿Por qué florecían los árboles una vez al año? […] Tantos misterios me abrumaban; quería saber todo sobre todas las cosas. (78)

Para Olga Nolla la faena literaria se toma de la mano con la diversidad del conocimiento no solo de las artes y la cultura, la ciencia adquiere un sentido más allá del acto de estudio, es parte de su entorno. El interés por la naturaleza le acompañó a través de toda la vida. Nolla establece su residencia en la Calle Sol del Viejo San Juan. Una parte de ese espacio citadino estuvo ocupado por un jardín interior: “A mí me encanta mi jardín. Allí tengo unas ruinas y en vez de arreglarlas, sembré árboles a su alrededor.” (Vicens 94) Por su parte, la escritora y vecina sanjuanera Magali García Ramis relata:

[…] sembró Isabel Segunda en macetas a lo largo de los balcones del segundo piso, porque le gustaban las flores azules […]  (88)

[…] simplemente, que su formación de hija de catedrático experto en plantas y sus vivencias en los patios enormes de todos los Ramírez de Arellano en el oeste de la Isla la convocaron en el ocaso de su vida. Sea cual fuese la razón Olga Nolla hizo de esa casa contigua un jardín interior, colocó macetas con plantas en todas las habitaciones derruidas que abrían al patio de atrás y puso algunas mesas con sus sillas y un desván para el solaz de sus amistades y sus amores. Más que ningún otro lugar de San Juan, La Ruina, como le decía ella a ese solar, fue un espacio para que las palabras de tertulias y lecturas se regodearan […]  (89-90)

La presencia de la naturaleza no se muestra con una tonalidad descriptiva y costumbrista en sus textos. Son elementos dinámicos en las atmósferas que conforman algunas de sus obras en prosa. Por ejemplo, el mar ha estado al relieve de algunos de sus trabajos literarios. La oración inaugural de su novela El castillo de la memoria, imparte la admiración del personaje que narra la novela al estar próximo a la llegada a las islas: “Navegamos por un mar apacible que parece tragarse todo el azul del cielo.” (15) Sin embargo, es en el texto “El mar y yo”, donde Nolla despliega una memoria emotiva de su relación con este. La escritora aprovecha la visita al mar que realiza junto al claustro universitario al cual perteneció, para tener un reencuentro memorioso con la vida marina. El mar evoca la infancia, al vínculo materno y a la figura paterna. Su primer contacto no se fija con exactitud, pero reconoce cuán inmersivo fue en su universo desde los primeros años de vida:

No recuerdo la primera vez que lo conocí, pero sospecho que a los pocos meses de nacida debo haber chapoteado alegremente en alguna playa de arenas doradas y verdes palmeras, posiblemente Luquillo, pues por aquellos años estaba de moda. Imagino a mi madre con un traje de baño marca Jantzen muy modesto (espero que fuera verde esmeralda), llevándome en brazos y sosteniéndome mientras río de gozo al jugar con el agua. (36)

Ese acercamiento con el mar es un símbolo de génesis para la escritora, agua-maternidad es un elemento esencial que queda inmerso desde los primeros segundos de la vida. Subyace en su testimonio una referencia al proceso creador, a la interacción que se establece entre maternidad-mar y maternidad-mujer. La significancia de muchos instantes experimentados, develan sentido gracias a ese acompañamiento:

[…] y hay una cercanía o familiaridad con el mar que solo se da en la infancia. Si el momento pasa, ya no se produce. Por eso sé que a los pocos meses de nacida ya yo había regresado al agua, porque hay en mi emoción algo de esa experiencia ingrávida del vientre materno. Pienso que si conocernos el mar lo suficientemente cerca de esa vivencia dentro de la madre, nos resulta fácil integrarnos emocionalmente a él. Se lleva a cabo un regreso, una reinmersión en la sensación pre-natal. (36)

De otra parte, Nolla precisa la figura paterna en su recuerdo y la desentraña de la mirada fotográfica. Despojada del acento nostálgico, observa la actitud cautelosa del padre y devela la inmensidad del miedo:

Mi padre, que nunca aprendió a nadar, nos mira con cierta aprensión. Viste traje de baño, pero se mantiene a prudente distancia de la orilla. Cuando se aventura, nunca lo hace más allá de donde el agua le llega a la cintura.                                                                                                                                                  Al igual que muchos otros puertorriqueños, mi padre temía a aquellas aguas azules que se agitaban sin cesar: quizá porque se crió en Camuy, donde las olas golpean sin misericordia a la tierra. Deben haberle metido miedo con el mar y sus peligros… (36)

Su particular capacidad para la sorpresa y las lecciones que le provocaban las experiencias comunes, le permite establecer un regreso a la mar liberada del peso de la nostalgia y con una memoria diversificada, creadora:

Recuperábamos la alegría que experimentan los niños cuando comienzan a conocer el mundo, la de ver algo donde antes ignorábamos que existiera. […]

La gran madre de todo lo que come, respira y se multiplica es el mar. […] El mar está en el fondo de nuestra emoción de belleza porque es el origen del despertar de la vida. 

Otro tema constante en su obra son los árboles. En una breve entrevista, Carmen Dolores Hernández selecciona a tres escritoras puertorriqueñas para que compartan cómo su oficio con las palabras conjuga con su labor de la maternidad. Una de ellas fue Olga Nolla, quien estableció una analogía entre la maternidad, los libros y los árboles. Para la escritora, esta trilogía presupone creación:

Yo tengo dos hijos, he escrito varios libros y también he sembrado muchos árboles. En pleno San Juan tengo un jardín donde hay cinco y en casa de mis padres en Mayagüez también he sembrado algunos porque me encantan las plantas. Soy una agricultora en ciernes. Las tres cosas tienen que ver con la creación de la vida, al hacerlas se ve crecer un organismo vivo. Los hijos y el árbol lo son, evidentemente, y el libro también lo es porque da frutos, como el árbol. (19)

La constancia de la simbología del árbol se observa en varios de sus textos poéticos. Nolla lo impregna en su cotidianidad, lo trasplanta a su jardín sanjuanero: “… sembré árboles a su alrededor. Uno es de pana y ahora cuando termine de hablar contigo, voy a tumbar una para hervirla y comérmela con aguacate.” (Vicens 94) En uno de sus últimos poemas “Será por eso que adoro los árboles” del libro Únicamente míos la poeta reflexiona acerca de su predilección por los árboles y metaforiza a la figura masculina. En un ejercicio de contemplación, observa la majestuosidad del árbol y cómo la savia terreña le brinda vitalidad: 

[…] son frágiles y fuertes al unísono.
Como árboles tal vez.
Será entonces por eso
que adoro intensamente a los árboles;
sus troncos, su ramaje, ese deseo
de alcanzar las nubes
y acariciar el cielo… (75)

 En el ensayo “El árbol de pana, un árbol romántico” la literatura, la historia y la leyenda convergen para presentarnos este árbol como un símbolo literario. Nolla reflexiona acerca de su descubrimiento por el Capitán James Cook en sus diversos viajes de exploración. En su recorrido apalabrado, traza un mapa de cómo el árbol de pana tuvo una travesía tempestuosa hasta llegar al Caribe:

La literatura enriquece nuestras vidas de una forma imposible de medir y pesar. Tanto así, que vivimos en un mundo mitificado por la palabra literaria donde a menudo ignoramos los detalles de lo que nos rodea. Lo que sí sabemos de seguro es que pensar el mundo con palabras y ordenarlo con ellas le otorga una dignidad especial y una belleza única. Pensemos en el árbol de pana, por ejemplo. (18)

La ruta marítima de los barcos que transportaban los árboles es una brújula para conocer las diversas peripecias y el destino que tuvieron muchos de ellos, algunos lanzados al mar en motines. Además, establece un halo legendario sobre las posibles aventuras que vivieron quienes no solo se alimentaron de su fruto, sino que vivieron inolvidables experiencias bajo su sombra: 

[…] la pana quedó iluminada por el romance de la aventura que nos regala un texto literario. Un alimento tan humilde -fue en sus orígenes antillanos comida de esclavos, aunque en Tahití lo comieran los aristócratas- quedaba engalanado y convertido en poesía. Cuando pude sembrar uno en mi patio lo hice. No pasa día en que no contemple sus hojas anchas y brillantes, sus ramas altas y extensas y su tronco ancho, sus frutos abundantes… (19)

En sus manos de escritora, el árbol de pana adquiere otras dimensiones. Es un proceso creativo que le insufle vida, trascendencia histórica y significancia:   

Un humilde árbol de pana enriquecido por la literatura: veo muchos en los patios de Santurce. Lo más probable es que sus dueños ignoren las leyendas que los acompañan. Porque reconozco el valor de un texto literario a mí me gusta pensar, para vestir el árbol de pana de mi patio, en la descripción que hacen Charles Norhoff y Norman Hall de la llegada de los ingleses a Tahití: «Caminamos en sombra prolongada, bajo túneles de árboles de pana donde la fruta comenzaba a madurar. Muchos de estos árboles deben haber sido viejísimos dado el ancho de sus troncos y su altura, con sus hojas anchas y lustrosas, sus cortezas suaves y sus formas majestuosas, son de los árboles de sombra más nobles que existen y ciertamente el más útil a la humanidad.» (19)

La mirada nollana preserva la memoria de una infancia que fue enriquecida por diversas formas de acercarse al saber. Al detenernos en ambos textos, auguramos una perspectiva poco explorada y desentrañamos detalles que complementan el espíritu reflexivo, analítico y literario que siempre conformó la obra humanística de Olga Nolla. Probablemente, los mundos ficticios en sus trabajos de prosa fueron telones de fondo para escarbar la realidad, para descubrir una belleza que no podía ser percibida con una primera mirada. En esa verdad está la belleza. Como lo expresa en su novela póstuma Rosas de papel: “Pero en el mundo las rosas no eran de papel y era justo por eso, precisamente por ser frágiles y breves y perfumadas, que eran tan hermosas.” (138)

Referencias

Barreto, Lydia Zoraida. Poemario de la mujer puertorriqueña. (Tomo I) San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1976.

Ferré, Rosario. Las puertas del placer. San Juan: Editorial Alfaguara, 2005.

_______. Memoria. San Juan: Ediciones Callejón, 2012.

García Ramis, Magali. La R de mi padre y otras letras familiares. San Juan: Ediciones Callejón, 2016.

Hernández, Carmen Dolores. “Las madres escritoras hablan de sus hijos”, El Nuevo Día, Revista Domingo 14 de mayo de 2000,19.

Montero Mayra, Magali García Ramis, Rosario Ferré, Ángeles Mastretta y Olga Nolla. “Nuevas respuestas a Sor Filotea” Cupey 1-2 (enero a diciembre de 1993) 66-96.

Nolla, Olga. Únicamente míos. México: Gobierno del Estado de Chiapas, 2001.

_______. El castillo de la memoria. México: Editorial Alfaguara, 1996.

_______. Clave de sol. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña,1976.

_______. “El mar y yo” Diálogo mayo de 1993, 36.

_______. “El árbol de pana, un árbol romántico” Diálogo diciembre de 2000, 18-19.

_______. Rosas de papel. México: Editorial Alfaguara, 2001.

Ramírez de Arellano, Olga. Diario de la montaña 1957-1960. San Juan: Ediciones Juan Ponce de León, 1967.

Vicens, Marilyn. “Olga a punto de panas con aguacate” El Nuevo Día 23 de enero de 2000, 94.


Sobre el autor

Edgardo Machuca Torres es profesor universitario. En el 2005 ganó el segundo lugar de cuento del Certamen Literario de NUC University, por su relato “La huella del pie culpable”. Algunos de sus poemas forman parte de la antología La magia de la palabra escrita (2007) publicada por el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. En el año 2009 publicó el libro Cuando un hombre merece la vida: la obra de Aníbal Nieves y EDP College.Ha publicado diversos trabajos de investigación literaria en las revistas Academia y Exégesis.Desde el año 2012es director de la Editorial EDP University y editor de la Revista Academia. Obtuvo su grado de maestría y doctorado en Filosofía y Letras con especialidad en Literatura de Puerto Rico y el Caribe en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Actualmente es Catedrático Asociado en EDP University.